Mi nombre es Ryan fotógrafo y revelador de una historia increíblemente fantástica y un tanto especial, al menos para mí. He viajado por muchos lugares y sitios increíbles. Pero un día, en que me encontraba fotografiando hermosos paisajes, fui a parar ni mas ni menos que en Japón. Yo, observador y fotógrafo pude ver con mis propios ojos una Isla llamada situada en «Fukuoka» llamada «Cielo de los Gatos», que aún sigue impregnada en mis ojos por su gran belleza.
Nos encontramos en Japón donde el Emperador Tora, un hombre de constitución robusta pero de un carácter testarudo y rudo a veces, pero bondadoso con los suyos; tenia una hija a la que quería mucho, pero era su única hija ya que no tuvo ningún varón con lo que fue su esposa, que tras un ataque de ansiedad, ésta se ahogó en el mar, para no regresar jamás.
De la hija del Emperador todos hablaban de ella como una mujer muy hermosa de rasgos orientales, cuya piel era blanca como la nieve y su pelo del color azabache.; su nombre era HiIkary. Esto le desanimaba en ocasiones al Emperador, ya que ¿Quién ocuparía su lugar cuando el faltase?.
Tenía a su hombro derecho un hombre corpulento, fuerte y vigoroso. Valiente y que creía en él; Ryû. Ambos se parecían mucho y hacían un gran equipo. Había pensando proponerle su decisión; no tenía otra opción. Además confiaba en ese hombre valeroso y de mirada fría pero serena. Compartían la confianza de hace muchos años y eso le ayudaba a decidirse para que su hombro derecho, el hombre que en las decisiones importantes, siempre estaba a su lado, fuera su sucesor.
Una noche mientras ya todos dormían, Tora fue ha hablar con su buen amigo Tyû.
-Buenas noches Señor – dijo amablemente Tyû
-Buenas noche, Tyû. – Hace una agradable noche. – Tyû, me gustaría hablar contigo de un tema importante ahora que nos encontramos a solas.
-Le escucho, Señor – dijo Tyû, interrogándole con la mirada.
Tora prosiguió. – Como bien sabes no tengo ningún hijo varón que ocupe mi lugar cuando yo no pueda estar en él. Mi hija Hikary, no sé que será de su vida, me tiene un tanto preocupado. No desea casarse con ninguno de los pretendientes de los Reinados cercanos. Por un lado, necesito a alguien fuerte valeroso, capaz de dominar a un ejército en mi lugar.
-Prosiguió – He estado asimilando y pensando muy bien este asunto y sé de quién podría ocupar mi lugar.
-¿En quien, mi Señor? -respondió Tyû.
– Tú, Tyû. – le respondió mirando fijamente a los ojos de su fiel compañero.
-Yo Señor…- ¿cree que yo podría llegar a ser cómo usted? – dijo titubeando ante tal sorpresa.
-No lo creo – Lo eres – afirmó. ¿Aceptas mi proposición?
-Sí, acepto – Mi señor. – Soy y he sido siempre su hombro derecho y no dudaría en negarle algo tan importante para usted. – Silencio – Señor, ¿Hikary?, ¿cree que le gustará su decisión? – Sé que es su hija y que en opiniones del Estado Mayor y del Ejercito, no puede oponerse, siendo una mujer. Pero estamos hablando de su hija.
-Hombre listo – Tyû.
-Hikary me preocupa. De cada vez se parece más a su madre. A veces se ausenta por las noches cuando la luna se pone llena y se va caminando hacia la orilla del mar donde sé, de pescadores que me han dicho, que la ven coger una barquita y se va a la otra punta a pasar largos ratos, hundiéndose en sus propios pensamientos.
-Va a la isla de Fukoaka. – afirmó el Emperador.
En Fukuoka, una isla de Japón, es una realidad. Cientos de gatos viven libre y felizmente por las calles.
Fukuoka es una de las numerosísimas islas con las que cuenta el archipiélago de Japón, pero tiene algo muy especial: es un paraíso en la tierra para miles de gatos que habitan la isla en semilibertad. No en vano, la isla es también conocida con el nombre de “Cielo gatuno”, un lugar de ensueño si tienes cuatro patas, bigotes y te gusta el pescado.
Por la mañana, Hikary estaba haciendo sus quehaceres diarios cuando vio a su padre que se le acercaba.
-Buenos días – querida hija.
-Buenos días – padre.
Hikary mantenía una buena y disciplinada relación con su padre. Se había criado entre la nobleza por así decirlo, aunque a ella, eso no le importaba. Es más, prefería muchas veces adentrarse en el pueblo, con la gente humilde.
-Hikary – he oído rumores de que te vas a Fukuoka en ocasiones por las noches. ¿es eso cierto? – le preguntó intrigado.
-Sí, padre. – le dijo Hikary mirando a los ojos de su padre.
-Muchas veces me encuentro mejor estando sola que con el bullicio de palacio que abunda a mi alrededor. – Prosiguió – No te lo tomes mal. Mis ausencias no significan que huya; al contrario. Pero necesito de un poco de libertad e intimidad.
No soporto las miradas de Tyû. – creo que le gusto, me da esa sensación. Me lo dice mi intuición. Se que te hubiera gustado tener un varón. Pero tienes a una hija que soy yo y por desgracia tuya, no hay hombre alguno que sea de mi agrado.
Me gusta la sencillez y todos los hombres de la corte y del reinado son arrogantes y no me gustan por muy atractivos y fuertes que éstos puedan ser. No son dignos de mi corazón. Si te preguntas qué hombre de estos lugares me correspondería – por desgracia mía o tuya; ninguno.
-Hija mía. – Debo decirte algo acerca de Tyû. – Le he nombrado mi sucesor el día que mañana yo ya no esté. Me hubiera hecho más feliz todavía si Tyû hubiera sido de tu agrado y que tu corazón le hubiese correspondido – hay cosas que son imposibles.
-Silencio –
– ¿Tyû? – no sé en que estabas pensando, ¿acaso tu sabes que rumbo tomará si se hace sucesor? – Las mujeres no tenemos derechos a la política, ni mucho menos a votar ni hacer respuestas que puedan afectar al país o a la Corte. Por fortuna todavía tenemos algunos derechos como los del corazón. Poder elegir al hombre con quien deseas casarte – pero si toma el rumbo otra persona, ¿ acaso tendremos esa opción?.
-¡No seas tan dramática, hija!. – Alguien debe serlo – cuando yo no esté. Y Tyû no parece mal joven. Es más, siempre me ha sido fiel. Mi hombro derecho. – afirmó
Hikary se quedó largo rato mirando a su padre. Sus pensamientos se fueron más allá hasta quedar absorta en unos pensamientos ocultos que nadie más que ella podía oír y sentir. Los gritos ahogados de su madre y unos maullidos que le decían que fueran con ella: al cielo de los gatos.
-Padre – con tu permiso. Déjame irme a vivir a Fukoaka. Éste no es mi sitio. Lo fue en mi niñez. Ahora me siento mas cerca de la gente humilde. De los pescadores, de los gatos. Quienes tienen o parecen tener mas libertad que yo, que estoy aquí. – Me temo lo peor si estoy aquí y más con Tyû, tu sucesor.
Tengo mis cosas preparadas. Intuía esta dura decisión que tanto te preocupaba al no tener un varón. Mi decisión no te gusta – lo sé. Pero no me estas perdiendo. Solo me dirijo a un lugar donde me siento, como lo diría… – mas segura, más tranquila. Tengo una cabaña junto al mar, que hice yo con ayuda de unos amables pescadores que me ayudaron.
Gente humilde – Padre. Gente que no tienes que adoptar poses para ser quien no eres. Madre se fue de este mundo, por culpa de la hipocresía, de muchos por no dejarla ser quien realmente quería. Padre, yo tan solo quiero ser feliz. Tal vez, algún día encuentre mi sitio, un hombre al que querer, si es que algún día llego a casarme. – Permitidme irme con vuestro permiso, ya que si me marcho a mi refugio, no quiero irme con una negación tuya. Necesito estar una temporada a solas…
-¡Cómo te pareces a tu madre, hija mía!. – Esta bien. Creo que no hay mas que hablar. Si es lo que necesitas, un tiempo para tus reflexiones – que así sea, dijo pensativo, mientras mantenía el ceño fruncido.
Hikary se puso su kimono y algunas prendas más en su pequeña maleta, dispuesta a sembrar su pequeña semilla en su “nuevo hogar”. Quería ser una más de los que vivían en en la ciudad de los gatos. Una mas entre los pescadores, sin diferencias de clases ni nada por el estilo. Cuando los gatos la rodeaban, cuando caminaba se sentía bien. Les acariciaba, les daba de comer y por las noches encendía una hoguera al lado del mar e invocaba a su madre. Había estado estudiando, ojeando mejor dicho un libro, cuyo Dios había invocado a los suyos a través de una hoguera, siempre y cuando hubiera luna llena.
Hacía brisa y le llenaba los pulmones de felicidad. Cerró los ojos por impulso y se dijo a sí misma – Ojalá pudiera transformarme en gata siempre que lo deseara. Dicho esto, se fue hacia adentro de la cabaña para descansar, mientras una luna llena empezó a brillar con más intensidad de lo habitual – ¿Qué estaba sucediendo?
Esa noche soñó con su madre. Se reencontraban en un sendero, en ese momento lloviznaba pero no le importaba. Estaba viendo de nuevo el rostro hermoso de su madre, el que siempre había temido haber olvidado. Ahora la tenía delante. Su madre la observaba en silencio, atenta. Sus grandes y hermosos ojos color verde, le advertían de algo, parecían asustados, en alerta.
Elevó su mano y acariciando el rostro de su hija, abrió ésta la boca por primera vez:
– Hija mía. Hikary, ten cuidado. No dejes que los demás influyan sobre tu ser…te voy a transmitir un poder que en tus venas va creciendo. El poder de poder entender a los gatos. A saber vivir y reaccionar como ellos y lo mas importante, que ellos te obedezcan. Tal vez vuelvas a verme en sueños, mi querida hija. Ya eres todo una mujer. Te quiero.
Y desapareció como una hoja de otoño – Tras estas palabras, Hikary despertó sobresaltada.
– Mamá! – la llamó pero no obtuvo respuesta. Un silencio profundo y misterioso habitaba en la habitación. Pero se sentía calmada. Había visto por primera vez a su madre en sueño. La había advertido de un peligro, ¿de cual, de qué?. Se miró las palmas de las manos y arrugando el ceño se preguntó de que poder hablaba.
–¡Ojalá no me sintiera tan sola! y estuvieras a mi lado -mamá – fuiste la persona que me comprendiste en este mundo. La única; se dijo Hikary para sí misma.
Un gato anaranjado se filtró por la ventana yendo a parar alrededor de Hikary, acercándose a ella y observándola con unos ojos verdosos, parecidos a los que su madre tenía en vida.
– Lo he decidido. Viviré entre vosotros, Gatos de Fukoaka. Quiero ser para vosotros una más en la isla. Quiero aprender de vuestra esencia, de vosotros felinos, que podéis vivir aquí sin ser molestados. Seguiré tus pasos, mamá. Amaré y cuidaré a estos felinos como tú quisiste hacer en el pasado y todos te ignoraron.
Pasaron los meses, cuando Hikary con algunos medios que poseía gracias al poder que su madre en sueños le había adquirido y también gracias a su sabia mente. Los gatos de Fukoaka entraban y salían de su casa y la obedecían y le hacían compañía. No se encontraba sola. Era feliz.
Pero la felicidad no duró mucho más, hasta que de imprevisto, uno de sus compañeros; uno de sus gato atigrados vino corriendo avisándola.
– Pero, ¿Qué ocurre? – preguntó intranquila Hikary, acariciando al gato. No pudo pronunciar más palabras, cual sorpresa la de Hikary, que la puerta de la cabaña se abrió, dando paso a Tyû, el cual pronunció:
– Hikary – tu padre a muerto – anunció secamente, mirando a su alrededor. Cómo muchos de los gatos lo miraban y otros se les erizaba el pelo con intención de echarlo de allí.
– ¡Noo! – No puede ser, titubeo. ¡Como! – No me lo puedo creer – dijo sollozando y derrumbándose se cubrió el rostro tras unas lágrimas que brotaban de sus ojos.
– Lo siento. Falleció de un ataque en el corazón. No se pudo hacer nada por el…respondió Tyú.
– ¡Cierra la boca! – le contraatacó Hikary. – No niegues la felicidad que tienes detrás de esta mascara de falso dolor. No niegues la satisfacción que tienes por dentro a sabiendas, de que ahora eres tu el que va a llevar el mando. Tú, Tyû eres su sucesor.
– ¡Vaya! – me has dejado sorprendido. – lo salvaje que te has vuelto. Antes eras más calmada, sumisa y obediente. Y pronto tendrás que volver a serlo – dijo riéndose por lo bajo.
– Si, antes – le interrumpió Hikary. – No soy la misma, ni lo volveré a ser.
-¡Lleváosla! – ordenó con tono molesto Tyû, a sus dos guardias. A partir de ahora dirijo yo el mando y yo soy el que da las órdenes – así lo eligió tu padre que en paz descanse. Y con admiración y temor los pescadores de Fukoaka, observaron atónitos cómo se llevaban a la fuerza a Hikary, ambos guardias, en contra de su voluntad.
De nuevo en la Corte, Hikary quiso protestar. Teniendo el derecho de ver a su padre, el cual le negaron. Se encontraba de nuevo en el que era su habitación y sintió una punzada de dolor y de rabia a la vez. Era intolerante que no le permitieran ver a su padre, por ultima vez. Ella, su hija.
Transcurrieron un par de días, tal vez una semana que recuperándose poco a poco del dolor, intentó hablar con su madre, invocándola, llamándola por su nombre – ¡ése era la alarma de peligro de la cual en el sueño su madre le advertía! – cuando de repente tocaron a la puerta. Era Tyû.
– Soy Tyû – dijo éste con un tono más amable
– Entra – ¿Qué es lo que quieres? – preguntó Hikary
– Tenemos que hablar. En la Corte he cambiado algunas leyes que creo conveniente, ya que viendo lo que ven mis ojos, no voy a tolerar.
– Sigue – le insto a continuar Hikary con arrogancia y con un tono en su voz que dejaba mucho que desear, en un hombre como el – indigno de sustituir a su padre y de ocupar su lugar.
Tyû empezó a ponerse rojo de ira y de sus labios empezaron a brotar palabras que Hikary, quedó petrificada de horror.
– Hikary, Hikary, Hikary – prosiguió, haciendo una negación con el dedo y obligándola a escuchar con suma atención, sin interrupción alguna. En primer lugar fue tu padre quien me escogió a mí, yo su hombro derecha de toda la vida.
En segundo lugar, he cambiado alguna que otra regla con respecto a las mujeres, no tendría porqué decírtelas, ya que soy yo el que esta en el mando , pero creo que deberías, ya que dentro de una semana te convertirás en mi esposa.
– ¡Qué! – se sobresaltó Hikary. -¿tu esposa?
– Así es – ¿No te alegras?, querida y futura esposa mía.
Por eso a partir de ahora todas mujeres menores de diecinueve años se verán convertidas en buenas esposas, para un futuro cercano. Se podrán casar obligadas con el hombre si éste la desea. Deberá aceptar, sin ninguna negación y ser sumisa y obediente en todos los actos inclusive y sobre todo en las necesidades del hombre, refiriéndome a los actos sexuales. Los hombres podrán tener otra mujer a su cargo, si éste lo desea para sus necesidades.
– Quiero salir de aquí -¡Ya!
– A tu padre no le hubiera gustado que su hija se comportara de esta forma -¿no crees?
– Mi padre cometió un grave error, ofreciéndote su puesto. El error de su vida – le espetó Hikary
– No digas eso! – Tu padre quería que yo ocupase su lugar. Y también hubiera estado muy orgulloso de que tú, su hija, te hubieras casado conmigo. -Así que voy a cumplirlo. -¿Ves esa caja?, ¿sabes lo que contiene?. Te lo voy a decir: tu vestido de novia.
Hikary se desmayó, entrando de nuevo en un profundo sueño donde volvía a aparecer su madre, quien le decía que fuera fuerte. Necesitaba serlo para vencer esa batalla. Al despertar se sobresaltó. Se encontraba en los aposentos de Tyû y vio el vestido de novia colgado en un perchero.
Lo primero en que pensó fue en huir, pero sabía que si lo hacía sería en vano. Un ruido la intrigó. El pomo de la puerta se abría, donde un Tyû elegantemente vestido, cerraba sigilosamente con llave y le preguntaba cómo se encontraba, como si a él ella le importara.
– Espero que te encuentres mejor, Hikary – su voz esta vez era suave como el viento.
– Depende. -le respondió fijamente mirando a los ojos, como si le estuviera leyendo los pensamientos.
– Me gustaría que hicieras algo por mí, tu futuro marido. Me gustaría que te pusieras el vestido de novia. Hazlo por tu marido, de hecho deberías hacerlo. Yo estaré aquí, aunque no te miraré – me girare para dejarte un poco de tu privacidad.
Hikary sabía que no tenía otra alternativa por el momento. Llevaba puesto el kimono rojo y fue desprendiéndose de él lentamente. Primero una manga luego, la otra hasta quedar completamente desnuda. Fue a coger el vestido, mirándolo con rabia. Lo cogió y una vez puesto se miró en espejo. Se veía con rabia en aquel vestido blanco que le marcaba los pechos y la cintura, dejando entrever parte de sus largas y delgadas piernas. El vestido en sí era precioso, pero no digno de ella. Tenia estampados de flores y un velo que se echó hacia atrás.
Tyû, al verla, su rostro cambio de ser suave y dulce, a tentador y conmocionado, por tanta belleza. Pronto aquélla belleza de rasgos orientales, hija del Emperador iba a ser su futura esposa y haría con ella todo lo que el había deseado desde que era un adolescente y se había fijado en ella.
– Estas hermosa – mi querida Hikary
– No soy tuya – le espetó
– Pronto lo vas a ser – acercándose a ella le agarró de la cintura y reteniéndola contra la pared, la beso. Pronto te despojare de este vestido tan hermoso que te sienta especialmente bella, pero soy un caballero y ese momento no va ser hasta después de la ceremonia – que por cierto, tal vez te alegres, he adelantado la fecha y será, mañana.
– ¡Mañana!. – No, imposible, dijo con severidad Hikary
– Sabía que te alegrarías – querida mía
– Alegrarme no es la palabra, Tyû – asestándole una mirada de fuego y despreció
Sin más, Tyû la asió hacia el y le dijo suavemente – pronto querida no podrás hablarme así. Debes comportarte como tal. Ser sumisa a tu futuro marido y ser y hacer lo que te diga. ¿has entendido?.
Hikary lo había hecho enfurecer pero sabia que si hacia o decía algo mas iba a ser peo. De repente, Tyù hizo ademán de irse, pero dio media vuelta y atrayéndola hacia el le susurró al oído – pero lo que sí puede hacer un futuro marido es besar y acariciar a su futuro esposa – se miraron largamente a los ojos, tras un largo silencio que se hizo eterno.
Tyû cogió a Hikary en vuelo con el vestido de novia puesto y la echó sobre la cama. Hikary cerró los ojos por un instante para luego abrirlos y encontrarse a Tyû mirándola con deseo y pasión. Empezó a besarla, primero por los párpados dibujando la silueta con las yemas de sus dedos, recorriendo cada parte de su cara, hasta volver a esos labios carnosos que tanto le llenaban de pasión incondicional. La volvió a besar, esta vez con más deseo. Llenándolo de un placer inmenso. Estaba preciosa con ese vestido que mañana se volvería a poner para el. Sus senos estaban erguidos y con el vestido se transparentaban y susurrándole al oído. Se perdió entre sus senos, entreabriendo parte del vestido para poder besarlos y acariciarlos. Sus manos recorrieron cada parte de sus silueta diminuta y perfecta, deteniéndose en cada parte de su cuerpo, en cada curva, en sus muslos.
Despacio muy despacio le levantó un poco el vestido para poder ver lo perfecta que era su mujer o mejor dicho futura mujer. Siguieron los minutos que se volvieron eternos. El la acariciaba y besaba como quien tiene algo muy preciado.
– Descansa, mi Hikary. Ahora me perteneces. Te poseeré mañana como no he podido hacerlo hoy. Pero al menos si he saboreado tu cuerpo.
Hikary estaba conteniendo en su interior una rabia inmensa que sacaría a la luz; mañana.
Un bullicio de gente se había reunido para recibir con orgullo y celebración a Tyû y a su futura mujer, Hikary.
La música empezó a sonar y la gente a aplaudir. Hikary, vestida de novia, empezó a andar con paso seguro hasta donde se encontraba Tyû, esperándola. Todos guardaron silencio y el sacerdote empezó a hablar:
– Nos hemos reunido aquí para ofrecer en matrimonio a Hikary, con el Emperador Tyû. – Emperador TYû, ¿Desea a esta mujer como esposa para toda la eternidad, hasta que la muerte os separe?
– Sí, quiero – dijo triunfante Tyû
– ¿Deseas Hikary al Emperador como esposo para toda la eternidad, hasta que la muerte os separe?
– ¡NO!
Arañándose el vestido se apreció una piel anaranjada y blanca, con una mirada felina de color verde, que asustó a todos los presentes. Hikary se había convertido en una gata y rasgando las puertas una multitud de gatos de la isla fueron a su rescate. Entraron asustando a todos y arañando y mordiendo a Tyû, quien preso del pánico quiso huir pero fue en vano. Hikary le rasgo el traje dejándolo en paños menores, delante de las miradas de la gente asustadiza y de las mujeres que se taparon los ojos.
Hikary lanzó una maldición y se fue, seguida de sus aliados, los gatos. Tenía el poder de los gatos, lo había extraído de su ser, tras una fuerza de voluntad. Sin mirar atrás, se marchó para no volver jamás.