Esta es la historia de una niña llamada Noemí. Una gran bailarina de hip Hop pero también una gran amante de los caballos. Y esta historia nos relata el Amor hacia los caballos.

Apasionada y amante de los caballos. Unida por un lazo invisible que solo ella podía sentir hacía ellos. Su amor hacía los caballos empezó cuando tenía seis años. Un fin de semana paseando, se cruzó con un rancho llamado «Rancho Veracruz», cerca de donde vivía su padre.

Empezó a ir a menudo y su primer caballo llamado «Pinto» blanco y negro. Muy dócil. Ambos se unieron mucho. Se sincronizaron con mucha facilidad. Noemí cogía las riendas de Pinto y segura de sí misma a tan temprana edad, empezó a cabalgar como una verdadera amazona…La amazona que llevaba dentro. También después de largos paseos, lo alimentaba. Le daba manzanas, que las devoraba con rapidez y abundante agua. Luego se despedía de él hasta la próxima vez.

Cuando no podía cabalgar con Pinto, cabalgaba con «Clavelito», un hermoso caballo grande de tonalidades marrones y blancas.

Pasó un año aproximadamente, y Pinto no podía cabalgar tan a menudo…estaba envejeciendo. Noemí dejó de ir, su instinto le decía que Pinto ya no volvería a estar con ella, que la abandonaba para irse al otro mundo.

Su madre, que la conocía muy bien sabía que su hija estaba sufriendo en silencio. Lloraba porque su Pinto no estaba con ella y no volvería a verlo nunca más. Noemí necesitaba la compañía de los caballos pero por motivos económicos, su madre no podía apuntarla a equitación…

Pinto había dejado una gran huella en el corazón de Noemí. Lo que no había advertido era que Pinto le había transmitido el amor hacía los caballos. Le había asignado un poder que ella todavía desconocía pero que su madre sí reconoció. La madre de Noemí era amante de los gatos ya que su primer gato que tuvo le asignó ese don. Por ello lo reconoció al instante cuando vio el reflejo en los ojos de su hija.

Pasaron los años y al cumplir los nueve se enteró que su padrino tenía un pequeño rancho en el cual podría volver a montar y sentir la paz y la armonía que le transmitían los caballos. El notar su tacto y poder ser libre montando en ellos. Llegó a saltar dos vallas y a los diez años empezaría con tres.

«Pluma» un veloz caballo negro con un rombo blanco en medio fue el caballo que montaba. Noemí volvía a sentirse feliz y pensaba en Pinto. Dándole desde allí donde estuviera las gracias por concederle el don de amar a tan bellos y hermosas criaturas como los caballos. Animales con un carácter y una hermosura tan dócil y ejemplar.

Su madre volvía a sentirse feliz al ver sonreír a su hija. La amante de los caballos. Esa era su hija. Libre, salvaje, ansiosa y rebelde. Valiente y hermosa. Y poseía y un grandioso y bello don.

Pasó un año más y el Rancho de su padrino no tenía todos los requisitos para poder cabalgar y fue traspasado…pero su madre junto con su tía hicieron el esfuerzo de apuntarla a una escuela de equitación. A lo lejos cruzando las fronteras veremos la silueta de un caballo junto con una hermosa amazona.

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