Desde la distancia contemplaba en ella a una bella y atractiva niña convertida en una mujer. La había visto crecer. Siempre en sus labios una sonrisa. La veía sonreír por comprarse unos largos y cómodos calcetines rojos con rayas blancas. Veía como daba pequeños saltos y giraba en torno a su silueta. Detrás de esa máscara llamada timidez escondía su otra personalidad. Era en realidad atrevida y le gustaba vivir la vida. En algunas ocasiones la había seguido, cuando los fines de semana se iba al pub donde se reunía con sus dos mejores amigas.

Detrás de las sombras con mi sombrero  para no ser reconocido y apartado de la multitud, la contemplaba como dirigía miradas a otros chicos,  su forma de bailar, sus movimientos sensuales al moverse y al sostener su copa.

Esa noche vestía muy ligera de ropa. Con un top color negro y una minifalda que dejaba entrever sus largas piernas, estrenando sus calcetines que tanto le gustaban. Por unos momentos creí que me había visto, pero siguió bailando al son de la música. Los focos la deslumbraban, allí en medio de la pista.

Al cabo de un rato la vi, agarrada de la mano de alguien subiendo escaleras arriba. Dejé mi copa en la mesa, apague mi cigarrillo y mi intuición me decía que la siguiera. A medida que caminaba me cruzaba con todo el gentío, bailando o riendo. Sus voces resonaban en mis oídos. Me sentía agobiado, necesitaba subir arriba. Mi intención no era espiarla ni irrumpir en su vida. Pero es que ella formaba parte de la mía. Por algún motivo en mi interior quería conocerla más de lo que ya la conocía.

Conocí a Nataly cuando mi padre se casó con la madre de ella. A partir de entonces tuve una hermana, cinco años menor que yo. Hermanastra de sangre. Mi debilidad por ella empezó cuando ella entró en la adolescencia. Mis sentimientos se han ido convirtiendo en otros. Mis ojos la miran y la desean.

En la zona de arriba la música no se oía con tanta potencia. Vi zonas de copa y baile, aunque también había varias puertas. Todas ellas cerradas. Algunas con un cartel colgando: «privado».

Oí gemidos provenientes de una de las puertas. Permanecí a la escucha, atento..Sí eran gemidos, gemidos de placer. Alguien se estaba divirtiendo tras esas puertas. Deseé que no fuera Nataly. Me acerqué para oír mejor y sin querer entreabrí un poco la puerta.

Vi la desnudez del cuerpo de una mujer retorciéndose de placer. Gimiendo a cada sorbo, un cuerpo resplandeciente por las gotas de sudor, unos pechos erguidos por el placer de la noche, mientras las sábanas se enredaban en ella. Su cabello enmarañado no dejaba ver su rostro.

En el suelo asomaban unos calcetines rojos. Cuando ella se volvió, giró el rostro hacía un lado mordiéndose el labio inferior y entonces le vio.

Sus ojos azules se encontraron con los de su hermano.  Ella alargó la mano.

Mis pensamientos confusos y ensombrecidos por la ira y la rabia. El pensar y desear por un momento que no hubiera sido ella. O por el contrario, ser él y no otro que estuviera a su lado. Por un instante desee largarme de allí, huir. Pero por el contrario, no lo hice.

Abrí la puerta echando a patadas a aquél insolente que se había aprovechado de Nataly. Ella, llena de vergüenza se cubrió la cara con las manos. Le retiré el mechón de pelo que le caía sobre la frente y silenciando sus labios carnosos y suaves le hablé en susurro, haciéndole saber lo que siempre le había ocultado. Que la amaba y que quería que fuera únicamente mía.

Ella me contestó entregándose a mí. Estábamos cometiendo un pecado, tal vez. No lo sé. Pero amar no es pecar. No fue nuestra decisión el que nos convirtiéramos en hermanos, el que nos amaramos.

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