Lydia siempre había sido una de las monjas más jóvenes y muy dedicada a la labor de la Iglesia, que era su hogar.
A raíz del accidente de coche que sufrió su hermana, conduciéndola a la muerte, todo por culpa de la insensatez de otro conductor que iba fuera de sí. Un manto lluvioso y oscuro tiñó su vida. Rodeada de una gran tristeza y un vacío en su vida. Su hermana mayor, Cynthia había sido para ella como una madre para ella.
Lydia y su madre vivían en un barrio pobre, donde el bullicio de la gente y el ir y venir de los chiquillos, muchos de ellos descalzos por falta de ropaje y desnutridos por la falta de alimentos se veían en las calles corretear. Todos ellos hijos de las mujeres que frecuentaban la calle.
La madre de Lydia, Tyna era una mujer de la calle, madre soltera dedicada a trabajar diariamente todas las noches ofreciendo sus servicios sexuales como a lo que conocemos la prostitución. De día dedicaba el tiempo a descansar y mantener su cuerpo bien cuidado para así agradar a mas clientes por la noche.
Por eso Cynthia había hecho de madre y hermana mayor para Lydia. Ahora, tras su pérdida se encontraba sola en un mundo donde no encajaba. Quería mucho a su madre, pero le dolía ver que su madre se preocupaba más por ella misma que por sus hija. La soledad llegó a formar parte de Lydia sin Cynthia. En cambio para su madre fue una boca menos que alimentar.
-Madre, ¿porqué de tus ojos no he visto ninguna lágrima derramar? – le preguntó en una ocasión, mientras su madre terminaba de pintarse los labios.
-Lydia… – la miró desconcertada. En esta vida he derramado muchas lágrimas. La vida es muy dura. He sufrido mucho y os he parido y criado con dolor. ¿acaso eso no es sufrir?. – mirándola con frialdad.
-Madre…volviéndose. – En su entierro no te vi ni siquiera llorar. – declaró.
Madre e hija se miraron una vez más, en silencio. No importaba hablar para saber qué pensaba cada una.
-Algún día, lo entenderás, Lydia -dijo cerrando la puerta. Ésa fue la última vez en que volvieron a verse.
Asió su bolso de leopardo y vestida con una corta minifalda color roja enseñando parte de sus muslos carnosos y un un top negro que le cubría sólo los pechos, del cual se podía percibir el nacimiento de unos grandes senos erguidos. Con sus uñas pintadas de rojo al igual que sus labios se encaminó contorneando sus caderas con sus tacones de aguja hacía la puerta, donde la calle la esperaba para atender a sus caprichosos clientes.
En las calles oscuras de la noche, mientras otros dormían. Las mujeres de la calle gobernaban las aceras del barrio, provocando a cualquiera que pasara caminando o cruzando con el coche. Otros en cambio iban directos a sabiendas de que encontrarían mujeres ansiosas por gozar y ser gozadas.
-¡Preciosidad!- silbó uno de ellos desde un gran coche llamativo.
Tyna se acercó contorneando sus caderas y asomando por la ventanilla, dejando entrever sus pechos ansiosos.
-¿Te gustaría trabajar para mí, muñeca? – le dijo con curiosidad.. – Eres demasiada bonita para estar en las calles.
Tyna no se lo pensó dos veces y entró en el coche.
Mientras le explicaba que podría trabajar para el en otro lugar; en un burdel teniendo su propia habitación, que pagaría con sus servicios.
-Te estoy ofreciendo algo que no ofrezco a cualquiera , muñeca. Pero antes de que aceptes, tendrás que demostrar lo que vales.
-Te lo demostraré, cariño…No te arrepentirás.
Empezó a desprenderse de sus ropas pero entonces el la detuvo.
-Aquí, no – conduciéndola al que podría ser su nuevo lugar en el mundo del sexo.
Las puertas se abrieron y Tyna tuvo la sensación de estar en un mundo muy distinto. Puertas camufladas, escaleras misteriosas y baños que escondían algo más. Era un espacio que impresionaba por sus butacas de terciopelo rojo, alfombras de leopardo y robusta barra de madera.
Algo más en el fondo de la estancia, era de color negro. Había varias personas con poco ropa y la que llevaban era de cuero. No tenia palabras para lo que estaba presenciando, veía mujeres, como ella con su marido o Su Señor, que llevaban cada una un collar negro, junto con una cadena que pendía de él.
-Tranquila, Tyna- Sé que lo que estas viendo es nuevo para ti.
Tyna observaba como el aire se estaba cargado de erotismo y sexualidad. Al lado de ellos se encontraba una pareja. La chica sumisa estaba atada con las manos en la espalda y su amo pasaba las manos por todo su cuerpo. Sentado en un banco de la barra la colocó de espalda a él y empezó a tocarla.
-Cielo – Lo que estas viendo es lo que debes aprender. Eres una principiante que debe aprender a exhibirte cuando yo, tu amo y señor te lo ordene, sin recibir una negativa.
-Tyna – asintió. Sin rechistar.
-Shh…no digas nada amor.
El hombre que se hacia llamar Felipe se deshizo de la falda roja con suma facilidad, mientras Tyna veía como caía al suelo. Luego le ordenó que se deshiciera del top. Hizo lo que le ordenaba, imitando a las otras chicas que se encontraban en el local clandestino .
Tyna abrió las piernas un poco para mantenerse de pie y su Señor introdujo la lengua en su vértice íntimo y pasó la lengua por su nudo de placer. A Tyna se le puso la carne de gallina, estaba al borde del clímax por todos los acontecimientos ocurridos y por sentir el dilatador anal, que lejos de incomodarle la hacía sentir más excitada.
Por su parte, Felipe disfrutó lamiendo su sexo, embriagándose de su olor y su sabor. Su dulce sumisa, tenía un sabor parecido a la miel y eso le fascinaba.
De repente el, introdujo tres dedos en su excitado canal y Tyna gritó fuerte al sentir el orgasmo inminente. Felipe la siguió disfrutando, lamiendo y chupando los jugos que emergían de su intimidad, haciendo que ella volviese a sentir otro orgasmo. En ese momento se separó de ella, colocando su pierna en el suelo y desatando sus manos del poste.
Felipe acarició el cabello de Tyna, siguiendo el camino por su espalda. Beso su columna vertebral y ella gimió y suspiro de placer. Luego se separó de ella y cuando volvió trajo con él, el tubo de lubricante. Siguió besando su columna y cuando llego a sus glúteos, los abrió mas, ella abrió las piernas, pero estas le temblaban ligeramente cuando percibió la erección dentro de ella. Felipe se volvió a separar de ella, pero antes dio una palmada brusca a sus pequeños y duros glúteos.
-Bienvenida, muñeca – le dijo al finalizar. – Estas hecha para este lugar. Prosiguió – Si complaces a mis clientes y a mi servicio, entonces no tendrás ningún problema. Ya sea en público o en tu camerino- dijo con una sonrisa.
-Tyna – asintió, jadeando por el cansancio.
Una vez a solas en la habitación, miró por la ventana y observó el contrato firmado que tenía ante la mesa. Entonces, se percató de que había decidido irse, abandonando a su única hija que le quedaba; Lydia. Ahora era demasiado tarde para dar vuelta atrás. La decisión estaba tomada. Ella era la única responsable de las consecuencias. Su firma grabada en el papel color plateado era la prueba de que aceptaba los términos con todo lo conllevaba.
Unos kilómetros separaban a madre e hija de vidas muy distintas.
Antes de acostarse Lydia rezó por primera vez en mucho tiempo. Acuclillada en su habitación que había compartido todos esos años con Cynthia…Cerró los ojos y rezó para que allí donde estuviera, hubiera encontrado la Paz.
Al abrirlos, una luz iluminó su rostro en la oscuridad de la noche. No era una luz común ni tan siquiera tenía la luz encendida. Una dulce voz en sus oídos y en su mente pudo percibir. Hipnotizada ante la luz brillante que no dejaba de parpadear pudo percibir en su interior la llamada de Dios.
Y así fue como Lydia abandonó el barrio donde vivía, dejando una pequeña nota en la habitación de su madre despidiéndose con un breve «Adiós Madre». Asió sus pocas pertenencias y se encaminó hacía el convento mas próximo donde hasta el día de hoy ha permanecido.
Han pasado dos largos años desde su partida. El convento ha sido su hogar desde entonces. No hay día desde entonces que no haya dejado de pensar y rezar en su hermana. Fiel servidora de Dios al que amaba con fervor. Solo habría un hombre en su vida, solo serviría a Dios; el fue quien la llamó para huir del lugar del que venia. Su llamada culminó el camino a seguir en esta vida. Prometiendo servirlo por y para siempre.
Recordaba como si se tratara de ayer el día en que llamando a la puerta de la Iglesia deseo con fervor ser candidata a monja pero para ello tenía que pasar por una serie de pruebas. La primera era la postulación. Durante seis meses a un año tenia que convivir con las monjas, seguir su horario, orar con ellas para saber si estaba capacitada para realizar los deberes y obligaciones de la vida religiosa y por supuesto a saber vivir sin importarle las cosas materiales.
A Lydia le fue fácil pasar el primer año. Acostumbrada a vivir sin necesidad de bienes materiales y en peores circunstancias. Aquel año para ella había pasado rápido.
El segundo año y uno de las mas importantes era el del Noviciado; Consistía en un intenso año de preparación espiritual para sus primeros votos.
-Me parece Madre Dolores que Lydia se ha esforzado mucho – podría ser una de las candidatas.
-Estoy de acuerdo – asintió Madre Lourdes – Está lista para tomar sus primeros votos de un año.
En la sala se reunieron todas las presentes, entre ellas Lydia y sus compañeras y la Madre Superiora indicó quienes pasaban a cumplir sus votos de un año.
-Anunciamos los nombres de las candidatas a sus votos por su esfuerzo y dedicación – y mirando a todas y cada una de ellas – empezó a recitar algunos nombres – y por último a una de las monjas que tendrá el privilegio de tener los votos de un año – agudizando la mirada – a Lydia. – anunció.
Lydia no se lo podía creer – sería monja, había recibido los votos por un año, junto con otras tres de sus compañeras.
-Recordad, al recibir estos votos significa que estaréis realizando un trabajo activo de la educación católica. Como «las manos visibles trabajando en el mundo». Al terminar el año, los votos se renovarán por un período de tres años más y así sucesivamente.
-Tendréis acceso al mundo de afuera para servir a los más necesitados, aliviar las penas de los enfermos. Bienvenidas y servid a Dios como dicta la religión. – concluyó haciendo la señal de la Cruz.
Lydia aún no se podía creer que después de dos largos años pudiera ser una de las elegidas como monja, recibir los votos que le servirían para poder ejercer.
Unos meses mas tarde junto a sus compañeras María, Paula y Encarnación, salieron al pueblo a servir a los más necesitados a ofrecerles alimentos. Paseando por esos barrios en la mente de Lydia se acordaba de su hermana. De cuando eran niñas y correteaban juntas, descalzas bajo el frío suelo.
-¿Lydia, te encuentras bien? – preguntó María
-Sí, si…estaba, – recordando.
Siguieron caminando y al final de un largo y estrecho pasillo, se encontraban unas pequeñas y apiñadas casas, donde madres con sus hijos pequeños habitaban en ellas.
-Yo de ustedes, madres – no me acercaría – dijo una voz varonil. Levantó la mirada y se encontró con la de Lydia.
-¿Porqué no..? – pregunto Lydia mientras un escalofría recorría su cuerpo al ver a ese chico de aspecto varonil y mirada audaz.
-No son muy civilizados… – ni con las monjas. – mirando de arriba a abajo a Lydia con una mirada de sorpresa. – ¿Puedo hacerle una pregunta, madre?
-Por supuesto – le contesto amablemente.
-¿No es muy joven para haber dedicado su vida a la iglesia, a ser monja?.
-Tuve mis motivos – frunciendo el ceño mientras apretaba los puños.
-Tome una manzana – para tratar de terminar la conversación.
-Oh!, roja – como la de sus labios. – exclamo. Por cierto, mi nombre es Iván. ¿Volveré a verla?
-Mi nombre es Lydia. – No lo sé. Ahora tengo que marchar. – finalizó.
El joven se quedó mirando a aquella muchacha de labios rojos, mientras daba un mordisco a la manzana. No era como las demás, o al menos eso le parecía…
Durante el camino Lydia permaneció pensativa en las palabras de aquel muchacho…¿Había escogido el camino correcto?.
Aquella noche, la pasó en vela, intentando dormir sin éxito alguno. Habían transcurrido casi tres años en el convento y hasta entonces nunca más había pensado en su pasado. Un pasado que ocultaba a todas sus compañeras; del cual solo quería recordar a su hermana Cynthia y así lo hacía cada vez que oraba.
Por primera vez en mucho tiempo se preguntó después de haber revivido cosas que le recordaban a su infancia, recorriendo aquellas calles tan conocidas, si su vocación de ser monja había sido la correcta. Aquel joven le hizo pensar…A veces pensaba que se había refugiado en el convento como escapatoria a una vida mejor en vez de luchar. Huir o luchar. Esa era la cuestión. Refugiarse y convertirse en monja fue como una salvación a una segunda vida que Dios le había asignado….pero ¿en verdad es lo que deseaba para su futuro?.
Lydia se levantó temprano, aún sin haber dormido lo suficiente. Se reunió con sus compañeras y emprendieron el día a día. Sirviendo a Dios, su protector con el fin de servirlo y amarlo. Así era la vida en la Iglesia. Una rutina constante que Lydia empezaba a sentir, aunque por otro lado se sentí a salvo del mundo exterior.
-Hoy tendremos que regresar al poblado del otro día – anunció María.
-No me digas! – allí donde se encuentran las casas abandonadas… – se ruborizó.
-Lydia, ¿estas de acuerdo? – le preguntó María al ver a Encarnación ruborizándose.
-Sí, por supuesto – No tengo problemas en volver a ir.
Una vez las tres monjas se arreglaron para regresar a la aldea y emprender un viaje para facilitar alimentos a los mas necesitados. En silencio oraban. Dando gracias a Dios por todos los alimentos que les ofrecían con la finalidad de servirlos a los mas necesitados.
María y Encarnación eran unas monjas muy devotas. Siempre adorando y sirviendo sin cesar a su Dios Todopoderoso. Lydia lo hacía también pero veía diferencias entre ella y sus compañeras que ahora percibía con más claridad.
Mientras procedían por el camino sirviendo alimentos y curando a los más débiles. Encarnación se paró en una de las casas abandonadas con el semblante de miedo en sus ojos
-¿Quieres que te acompañe? – se ofreció Lydia.
-Sí – si no te importa. – Gracias.
Lydia estaba acostumbrada desde niña a vivir en casas en las que para otras personas como Encarnación podían darle miedo por no haber convivido nunca en aldeas pobres como en las que se encontraban. Después de acompañar a Encarnación y dirigirse al convento.. Lydia percibió una sombra familiar que le hizo retroceder…
-María, me ha parecido ver un anciano que necesita cura – excusandose.
-¿Necesitas ayuda? – sugirieron ambas.
-No os preocupéis – seguid el camino. Yo os alcanzaré.
-De acuerdo….dijo Encarnación – no muy convencida.
-Tranquila, Encarnación – le apoyo María. Parece saber lo que que hace.
-Nos vemos. Tened cuidado. – respondió Lydia
-Tu también, Lydia – afirmaron.
Giró despacio a su alrededor y contempló la aldea en la que años atrás había vivido con su madre y su hermana. Recuerdos vinieron a su memoria a medida que avanzaba hacía la sombra que había percibido. Mientras avanzaba iba recordando, aunque su memoria hubiera querido olvidar, su pasado no la había olvidado. De alguna manera la estaba llamando para recordar de lo que había huido…
Sus pequeños pies avanzaban despacio, hasta la última de las casas. Apoyado en la puerta se encontraba el mismo chico que había encontrado el día anterior.
-Creía que no vendría Madre – mirándola de reojo – o tendría que llamarla Lydia – guiñándole un ojo.
-Si he regresado es porque he querido – afirmó. Y sí, soy la Madre Lydia.- ¿Que es lo que quieres? – preguntó enarcando una ceja
-Saber de ti – ¿te puedo tutear? – me resulta un tanto extraño llamar Madre Lydia a una joven como tú – sonrió.
-Iván, ¿Que quieres saber de mí?, si soy una simple monja.
-Como te dije el otro día, te veo diferente a las demás monjas…Tienes un aire que te hace diferente, no me digas porqué…
Lydia se percató en la puerta en la que estaba asomado Iván. Quedo impregnada de una mezcla de tristeza y de recuerdos cuando en la puerta de madera podían leerse los nombre de ella y de su hermana inscritos en piedra. Marcados sobre aquella puerta de madera en la cual apoyado estaba ese chico de rasgos varoniles que le atraían. De tez morena y fuerte. Tostado por los rayos del sol, percibió que se ganaba la vida en la construcción.
-Iván, ¿puedo preguntarte una cosa? – le preguntó, temiendo la respuesta
-Lo que quieras, Lydia – le dijo.
-¿En que casa de aquí vives?
-Vivo en está casa. La de al final. Por eso muchos no quiere pasar por el estrecho pasillo ya que no hay iluminación. – indicando con la mirada la puerta.
Lydia al percibir la respuesta que temía, empezó a marearse y un mar de recuerdos se apoderaron de ella sin más, yendo a caer en los brazos de Iván, quién la sostuvo para evitar la caída. La asió y entró en la casa donde la depositó en el lecho. Su tez se había vuelto pálida y sus labios rosados. El velo que cubría sus cabellos se deslizó suavemente dejando ver unos cabellos dorados.
Sentado en una silla no dejaba de observarla y preguntándose quien era en realidad. Se extrañaba que una chica como ella hubiera accedido a los votos como monja. Desde el primer instante en que la miró a los ojos denotó cierto aire que el únicamente podía presentir. Algo en su interior quería saber de ella, conocerla. Y ahora aún más extraño le parecía la situación después de haberse desmayado por conocer de la vivienda en la que el vivía.
Gotas de sudor bañaban el rostro de Lydia, aún inconsciente. Era hermosa, con esas pequeñas pecas en las mejillas que la hacían más juvenil. Iván secaba con suavidad las gotas de su rostro. Poco a poco percibía leves movimientos como si despertar quisiera.
Lydia empezaba a volver en sí. Sus párpados empezaban abrirse lentamente hasta que su sus ojos vieron la imagen de Iván, quien sentado en una silla la miró con ternura.
-¿Donde estoy? – se sobresalto al principio
-Te desmayaste – ¿te encuentras bien?
-Oh, no! – tengo que regresar – dijo con tono nervioso. – En el convento seguramente me estarán buscando sin hallarme en mi estancia…
-Intenta alguna excusa – sugirió el joven.
-Gracias por todo Iván. – no sé como te lo podré agradecer
-Lydia, la próxima vez – si es que vuelve a haber una – me gustaría que me explicaras el motivo del porqué esas iniciales inscritas te hicieron desmayar… – Hay en ti algo mas que una monja.
-Te debo una explicación a mi comportamiento – cruzando las manos y bajando la mirada. Pero ahora es hora de marchar.
-Vente el domingo a la Iglesia. Si regreso, al menos de nuevo aquí, podría levantar sospechas. – dirigiendo una gran mirada.
-No suelo frecuentar la Iglesia. Pero lo haré si me promete contarme la verdad – afirmó Iván.
Lydia asintió, mientras se dirigía al Convento con alguna buena excusa que fuera creíble tras una noche a las afueras de sus aposentos y sin noticias suyas de su paradero. Sigilosamente entró abriendo cautelosamente la puerta para no hacer ruido pero se encontró con la fría mirada de la Madre Superiora quien la hizo entrar en su despacho.
-Madre – dijo agachando la cabeza.
-¿Donde ha pasado la noche, Madre Lydia? – cruzando las manos en busca de una respuesta coherente.
-Madre, tras despedirme de mis compañeras Encarnación y María encontré un anciano que necesitaba cura. Pero tuve que pasar la noche en la aldea. Lo que parecía una simple cura, se alargó más de lo debido.
-¿Podría haber avisado? – no cree… – mirándola con ojos perspicaces
-Cierto, Madre. – Me arrepiento. Prometo que este error mío no ocurra de nuevo.
-Eso espero – Puedo retirarse, Madre Lydia. – Indicándole la puerta.
Lydia se había salvado. Tendría que ir con más cuidado la próxima vez…¿otra próxima vez? En su mente pensaba en el domingo que viene para realizar la misa de siempre, aunque en su mente no dejaba de dar vueltas a aquel joven, cuya vivienda era la que había vivido ella durante toda su infancia. Que casualidades que la vida depara en ocasiones. A los ojos de Iván ¿qué la hacía diferente a las demás?, se preguntaba..
Ella que había intentado ejercer de monja para olvidarse de su pasado, se encontraba perdida y asustada a la vez. Perseguida por un pasado que la llevaba de nuevo al joven encontrado en la aldea y que le había auxiliado durante la noche, después de desmayarse al ver las inscripciones que ella y su hermana de pequeñas hicieron en la puerta de madera.
De alguna manera empezó a recordar a Cynthia, de nuevo. A verla en sueños. Cada noche rezaba pero de manera diferente, esperando encontrar una luz, una respuesta como la que halló la primera vez que vio el resplandor que le hizo emprender el camino hacia la Iglesia.
Había sido fiel durante estos tres o casi cuatro años a un convento que le dio cobijo y alimento a cambio de ser fiel y amar a Dios por delante de cualquier obstáculo. Servir y amar durante todos los días de su vida. ¿Era el camino correcto a seguir? – tal vez. Pero ¿Era eso lo que quería hacer en su vida? – se preguntaba una y otra vez. Sin hallar una pregunta coherente o razonable. Y siguió la rutina, la misma rutina de todos los días.
El domingo llegó y con él los preparativos de la misa principal. Donde todos los fieles al Señor venían a orar y a hablar en silencio a un Dios que aunque invisible a nuestros ojos, era y es visible a nuestras súplicas. Mientras todos se hallaban sentados escuchando cada salmo y cada oración. Le llegó el turno a Lydia, quién había escogido un salmo diferente a los demás domingos.
Mientras iba a recitarlo su mirada se encontró con la de Iván. Un sonrisa se dibujo en su labios al verlo y recitó como si solo en el público estuviera él.
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. Hagan todo con amor.
Por la mañana hazme saber de tu gran amor,
porque en ti he puesto mi confianza.
Señálame el camino que debo seguir,
porque a ti elevo mi alma.
Que nunca te abandonen el amor y la verdad:
llévalos siempre alrededor de tu cuello
y escríbelos en el libro de tu corazón.
Contarás con el favor de Dios
y tendrás buena fama entre la gente.
Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto.
Al terminar hizo el signo de la Cruz y bajó los dos pequeños peldaños.
-¿Por qué has escogido esos versos, Lydia? – frunció el ceño su compañera un poco enojada… – tus versos para la misa de hoy eran otros.
-Por nada en especial – respondió intentando disimular. Supuse que no sería tan grave el hecho de cambiarlos, por un día.
El domingo transcurrió rápido con los quehaceres y demás. Apenas dialogaron. El silencio reinaba en la Iglesia.Dando por finalizado el día, rezaron en sus camerinos antes de acostarse.
Por la noche Lydia despertó acalorada y sedienta de sed. En su sueño la lujuria se le había aparecido. Había soñado con Iván que estaba junto a ella enredados entre las mantas, desnudos. Amándose en pecado, amándose en secreto.
Se pregunta por qué su mente soñaba con esos sueños carnales. Se hizo la Señal de la Cruz. La noche la pasó en vela, pensando. Las siguientes noches terminaba en vela, habiendo tenido sueños impuros.
-¿Te encuentras bien , Lydia? – últimamente te encontramos muy callada – percibió Encarna mirando a su compañera.
-Sí, me encuentro bien. Gracias Encarna por tu preocupación. Solo es un poco de cansancio, nada mas – dedicándole una sonrisa.
Esa noche, en sus sueños una voz le habló en sueños. Su voz era suave y maternal. Delicada y amable. Dulce y celestial. – Lydia, busca en tu interior y el Amor hallarás…está muy cerca de ti. Todavía te queda mucho por vivir. Tienes toda una vida. Te quiero.
Sobresaltada, despertó, chillando su nombre – ¡ Cynthia !. Por primera vez desde su muerte su hermana había aparecido en sueños. ¿Que había insinuado con esas palabras?, ¿Era una señal?.
Dedicó una semana a comprobar si era feliz o no en su vida como monja. Pensaba si había hecho o no lo correcto. Si la decisión de tomar los votos había sido correcta. Pero lo he hecho, pecho. Le quedaban algunos meses para que los votos del año finalizaran. Y conseguir unos nuevos de dos o tres años. Su cabeza no paraba de dar vueltas y el insomnio cada noche llegaba.
Por las noches pensaba en lo extraño que le parecía que no hubieran ido María, Encarnación y ella de nuevo a la aldea. Los alimentos ya debían haber escaseado entre la gente de aldea – se tocó la barbilla – pensativa.
-Buenos días Madre Lourdes. – saludó mientras se cruzaban por el camino
-Buenos días Madre Lydia – ¿desea algo? – al ver que tenía intenciones de preguntar
-Sí…Realmente es curiosidad. Hace mucho que no bajamos a la aldea para dar alimentos a los más necesitados.
-¡Oh! – fueron María y Encarnación – mirando a Lydia con cautela, ante la reacción que pudiera tener
-¿Cómo?, lo siento – acostumbrada a que vamos las tres juntas siempre… – dijo dubitativa al recibir tal respuesta.
-Fue idea de Encarnación. Lo hizo por tu bien, Lydia. Últimamente te ha visto distraída y cansada. Y me pidió de encargarse ella junto a María en cuanto a bajar a la aldea.
Ambas inclinaron la cabeza y se despidieron siguiendo cada uno su camino. Lydia no podía creer como sobre todo Encarnación le había podido ocultado tal cosa. Pensó en Iván, en la falta que le hacía ver su rostro y aquella sonrisa que le hacía revivir cuando salía de la oscuridad del convento. ¡Eso es! – necesitaba salir…Los sueños le habían hablado hasta ahora, sin ella darse cuenta. Las noches soñadas con Iván y la noche anterior ver y oír a su hermana, hablándole. ¡Todo eran señales! – que le indicaban en la misma dirección.
Aquella misma noche Lydia tenía la intención de ir a visitar a Iván en la aldea. Su vida iba a dar una giro de 80 grados cuando emprende un camino directo al amor, que ella aún desconocía, por un mortal que no es su Dios.
Silenciosamente se vistió con sus atuendos y de entre un cajón encontró un pintalabios rojos sin usar. Por instinto, se lo lleva a las manos y se queda mirándolo, viniendo a la mente las palabras del joven cuando le ofreció a éste una manzana – tus labios son igual de rojos como la manzana. Recordando ese instante, abrió el tapón del pintalabios y mirándose en el espejo, entreabrió ligeramente sus labios y empezó a pintárselos como cualquier otra joven como ella lo haría.
Asió manzanas y otras frutas que tenía a su alcance y emprendió el camino hacía un amor prohibido pero que la llamaba con ansia. La aldea se encontraba a oscuras. Las luces de las farolas apenas alumbraban. Muchas de ellas, no daban luz. Se encamino con valentía hacía el estrecho final del pasillo y al ver de nuevo la puerta de madera con su nombre y el de su hermana le dio gracias a su hermana por hacerle ver la luz en sus sueños.
Tocó a la puerta y el joven la abrió – embelesado y sorprendido – por la sorpresa.
-¿Creía que no te volvería ver? – siempre venían las otras hermanas. Me alegro de verte.
-¿Puedo entrar? – dijo con tono exaltada
-¿te encuentras bien? – dijo sorprendido – No se vaya a desmayar, de nuevo…
-Me encuentro bien – respondió mirándolo a los ojos – Me he escapado en plena noche del convento.
-¿Ha ocurrido algo? – preguntó aún sin comprender
-Sí… – Que me he enamorado. – mordiéndose el labio inferior. De ti, Iván. – afirmó.
Te llevo en mi cabeza desde el en que te vi. Entenderé que no quieras saber nada de mi y que me tomes por loca, pero necesitaba que, al menos, lo supieras. Necesitaba decírtelo.
Sin decir nada, Iván la abrazó mientras unas lágrimas surcaban por las mejillas de Lydia. Las últimas que derramó fueron en el entierro de su hermana. A raíz de entonces sus ojos no habían vuelto a llorar.
-Llevas mucha tristeza en tu interior, Lydia. Tu nombre es el tuyo o el de otra persona el – esta inscrita en mi puerta. He pensado muchas noches en ti. En tu ausencia. El verte me alegraba el día. Eres diferente a las demás. Y tú, lo sabes.
-Iván, te debo una explicación – Te lo dije en su día. Y hoy es el día en que sea yo la que me confiese. – mirándolo con sus grandes ojos.
Se sentaron en silencio en la cama nido donde Iván y Lydia permanecieron en silencio durante largo tiempo. Lydia se quitó la túnica del pelo y sus cabellos dorados volvieron a cobrar vida. Recorrió la estancia y muchos recuerdos llegaron a su mente. Ella, su hermana y su madre habían vivido ahí mismo. Y ahora se cruzaba en su camino Iván. Viviendo en la que fue su hogar antaño.
-Iván – mírame. Tienes a tu lado a la misma Lydia que su nombre esta inscrito en la puerta.
-¿cómo es posible? – sin salir de su asombro.
-Debes saber la verdad, Iván. Me desmayé porque recuerdos, muchos de ellos vinieron a mi mente. El nombre que esta inscrito a mi lado es el de mi hermana Cynthia.
-¿Tu hermana? – preguntó el chico, sin salir de su asombro.
Lydia asintió – y otra lágrima surgió de sus mejillas. Ella falleció en un accidente. Siempre había sido como una madre para mí. Luego, ya no quedó nada en mi vida que valiera la pena… – hizo una pausa –
Mi madre vivía con con nosotras; una mujer de la calle. Como todas las demás. Trabajaba de noche – y una de de ellas- ya no regresó. Y del mundo yo deseé desconectar, huir yendo a parar al convento…
-Lamentó mucho tu historia, Lydia – Abrazándola con ternura.
-Y de ti, Iván… – preguntó. – le preguntó mirándolo con ternura.
Yo perdí a mis padres también. Fallecieron por una enfermedad de la que no encontraron medios para su cura. A mí me llevaron con mi tía y al ser mayor de edad me vine a vivir llegando a esta aldea. – dijo desviando la mirado para evitar que las emociones vinieran a él.
Se miraron de nuevo a los ojos. Ambos habían sufrido en vidas pasadas. Lydia instintivamente empezó a acariciar su rostro. Finas arrugas aparecían en el, curtidas por el trabajo duro en la obra. En su mirada percibió la soledad de varios años atrás…
-¿Nunca te han dicho lo hermosa que eres? – esbozando una débil sonrisa.
-Si me hicieran escoger, decidir qué hacer con mi vida, sería pasarla contigo, Iván. No dejo de soñar contigo, de pensar en tus…
Silenciando los labios de Lydia la besó por vez primera. A los pocos segundos ella.
-No pienses!, – Tu decides sobre tu vida, Lydia. Nada ni nadie puede juzgar por los pensamientos o sentimientos que tu corazón te dicta. – Lydia le correspondió con un fugaz pero intenso beso.
Un deseo empezó a arder dentro. Esa noche aprendió lo que era amar y ser amada. Enredados entre las mantas, bañados en sudor se amaron y entregaron sin pensar en las consecuencias.
Por la ventana un sol radiante empezaba a alumbrar con sus primeros rayos de luz. Lydia parpadeó a medida que se incorporaba. No recordaba haber dormido tan bien en su vida.
-Espera, Lydia ¿Cuándo volveré a verte?
-No lo sé… – tendrás noticias mías. – regresaré.
En el convento detectaron su falta de ausencia, aunque permanecieron en silencio y asimilando la situación decidieron que Lydia no regresara a llevar alimentos a la aldea. Lydia no podía soportar la falta de estar sin Iván. Le había escrito cartas que enviaba a menudo, explicando en la situación en la que se encontraba e intuyendo que alguien sabía de su relación.
Una noche tranquila y silenciosa habitaba en el convento. Todos dormían plácidamente, excepto Lydia que permanecía con los ojos abiertos. Se levantó sigilosamente y de puntillas abrió de nuevo la puerta que la conducía a la libertad con su encuentro con Iván. Pasaron la noche juntos, sus miradas bastaban para comprender cuánto se habían extrañado. Durante una semana Lydia marchaba cada noche a la aldea para amarse y refugiarse entre los brazos de aquel chico que le demostraba un amor que nunca había sentido ni imaginar tener.
Encarnación decidió saber de sus ausencias.. Tenía la certeza de que se veía con alguien a escondidas. Así que fue detrás de Lydia, sin ser vista. Sus sospechas fueron claras cuando vio entrar por la puerta del final a Lydia, quien a su encuentro salió Iván, recibiéndose con un apasionado beso.
A la mañana siguiente La Madre Superiora hizo llamar a Encarnación y a Lydia. Tenía el rostro contraído y no parecía haber dormido demasiado bien.
-Buenos días – saludaron ambas – entrando en el despacho de la Madre Superiora
Una vez dentro miró a ambas con sus respectivos ojos vidriosos, escudriñando con la mirada. Esperando a saber quien hablaría primero.
-Bueno, bueno, bueno – suspiró. Cruzando las manos. Rompiendo el silencio que en la habitación se había alargado. – Sentaos – Prosiguió. Está a punto de finalizar vuestro año de votos en el convento como monjas serviciales y dedicadas a amar y a servir a Dios ante cualquier cosa y obstáculo que la vida os deparará.
Tres meses quedan para que vuestros nuevos votos se conviertan a dos o tres años, siempre y cuando hagáis servido como dictan las normas eclesiásticas -mirando a ambas con serenidad.
-Gracias, Madre Superiora – respondió Encarnación.
Por otro lado – prosiguió – a mis oídos me han llegado duras noticias que quiero que me sean reconocidas por una de vosotras – esta vez miró a Lydia con dureza.
-Lydia, hubo una noche en que te presentaste aquí, en mi despacho. Y te advertí de que si tenias que pasar al noche fuera del convento, avisaras..siempre y cuando fuera de algo importante…Quiero preguntarte una cosa y no sé muy bien cómo hacerlo, ¿Es cierto que te estás viendo con otro hombre?.
Lydia esbozó una expresión de sorpresa – Madre Superiora… – no tenia palabras.
-No digas nada – tu expresión me dice todo. Tu fiel compañera ha sido testigo de las escapadas que durante la noche has hecho a a la aldea en compañía de un hombre, en busca de noches carnales.
-Se lo puedo explicar… – suplicó- mirando a su compañera con rabia.
-No hay nada que explicar. Lo sé todo. Has pecado. Y por tus pecados recibirás tu castigo. No volverás a salir del convento, bajo la vigilancia de todas nosotras. Has pecado. Has traicionado a Tu Dios. Le amaras y servirás durante el resto de tus días. Traición!.
Recuerda que los próximos votos no podrá tener opción. Podrá convivir en el convento pero no podrá ejercer bajo ningún concepto de monja. Serás considerada una pecadora y así será Lydia reconocida bajo todas nosotras y cualquier convento.
Pasaron tres largos y duros meses y Lydia enviaba constantemente cartas a su amado sin poder hacer nada al respecto. Bajo la vigilancia del convento no podía huir de allí. Castigada a ser una considerada una pecadora por traicionar el amor hacia Dios.
-Padre, he pecado – dijo mientras rezaba el Ave María.
Un día notó que su cuerpo había cambiado. Sus pechos habían aumentado, y su vientre también. Abrió los ojos de par en par y tocándose el vientre con la mano, intuyo que podría estar embarazada. ¡Como podía ocultar el embarazo, sin que se percataran.!. Una criatura empezaba a nacer y a desarrollarse en su viente. Iba a convertirse en madre y debía contárselo a Iván.
Cuando los vómitos empezaron a desarrollarse en Lydia las monjas al principio creyeron que se trataba de un virus estomacal…pero a medida que la veían andar. Una mano en su vientre les hizo ver que se trataba de un embarazo.
-Lydia – dijo con autoridad la Madre Superiora. – ¡Abandonaras esta noche el convento!. Llevas a un niño en tu vientre…has pecado y cometido traición. Has pasado los límites. De la casa de Dios te hemos de echar.
Lydia permaneció firme y en silencio ante las palabras de la Madre Superiora. Sabia que este día llegaría. Tarde o temprano. Iba a defender a su hijo por encima de todo. Recogió sus pocas pertenencias y marchó. Un frío invernal soplaba fuera. Cuando abrió la puerta, un golpe de aire le dio en la cara, haciéndole retroceder marcha atrás.
Le pareció un largo camino llegar a la aldea, protegiéndose del viento que le enredaba su lacia melena. Vestida de aldeana. con las mismas prendas que había traído encima unos años atrás…
Pensaba en Iván y en el niño que en su vientre crecía. Cuando llegó, tocó con desesperación, lágrimas cubrían sus mejillas. Iván abrió la puerta y se encontró con el rostro de su amada que tanto tiempo habían estado alejados.
Lydia se abrazó a el, entrando en la casa tiritando de frío. Iván la cubrió con varias mantas y más relajada entró en calor.
-¿Qué ha pasado? – preguntó Iván, sorprendida por el estado de su amada.
-¿Has huido del convento? – le dijo mientras le daba un vaso de leche caliente.
-No. No he huido ni me he escapado – le dijo más relajada. – Me han echado de la casa de Dios.- afirmó
-Por nuestra relación…- dijo dubitativo.
-No. Porque – tocándose el vientre – estoy embarazada.
Ambos se abrazaron en un silencio acogedor. Quédate conmigo para siempre Lydia. Criaremos a nuestro hijo bajo un techo lleno de amor.
Los dos convivieron juntos en el que fue el hogar desde su niñez, prometiendo que si fuera niña le pondría el nombre de su hermana Cynthia. Se tenían el uno al otro. No necesitaban nada más. Una vida les deparaba el futuro. Donde la alegría y la felicidad formarían parte de su nueva vida.