A lo lejos una tormenta acechaba, pronto llegaría arrasando cerca de donde estábamos. Truenos y relámpagos, se oían cómo se aproximaban. Las calles estaban inhabitadas, todos se habían refugiado en sus hogares. Se podía oír como la fuerza del temporal arrasaba todo lo que encontraba a su paso; nunca en la historia se había visto una tormenta semejante. El viento, el peor enemigo que arrasaba consigo todo lo que encontraba a su paso.
En todas las casas refugiados estaban los habitantes, con las persianas y ventanas cerradas.
-Parece que el fin del mundo se acerca – pronunció mi abuela sentada en el balancín.
-Mamá, ¡no digas bobadas! – respondió mi madre, alterada.
Yo observaba la conversación entre mi abuela y mi madre y vi en los ojos de mi abuela que sus palabras cobraban sentido cuando el diluvio llegaba con más fuerza y el fuerte viento amainaba derribando con violencia a los árboles.
-Verónica! – Aléjate de la ventana. – le avisó su madre – nerviosa.
Se sentó en el sofá junto a su abuela y su madre y encendieron el televisor donde las noticias aparecieron y escucharon atentas, en silencio.
-¡Últimas Noticias! – La humanidad se ve afectada por una grave tormenta de la que la mayoría de los afectados por el momento son aquéllos cuyas barriadas pequeñas conviven en zonas rurales y con escasez de protección. – relataba el reportero de la televisión.
-¡No salgan de sus casas, cierren ventanas y puertas! y por lo que más quieran. Que no cunda el pánico. – sentenció por finalizada el reportero.
-¡Os lo dije! – dijo mi abuela. – pero no me creías hija mía.
Intentaba analizar la trágica situación, mientras mi madre me miraba, desolada, sin saber qué hacer.
-¿Y ahora qué…? – dejando la pregunta al aire.
-Hija mía – Ahora tan solo hay que esperar a que pase la tormenta – respondió mirándome con confianza.
-Verónica -acércate – me dijo mientras mi madre se tumbaba en el sofá para echarse un descanso.
-Dime abuela… – pregunte cautelosa. – mientras le cogía la mano.
-Sé que tu paciencia no es algo que posea tu madre. Pero te voy a contar una historia. Cierta o no…pueda que este diluvio nos arrastre a una nueva humanidad. Una humanidad donde no exista el mal, y el bien abunda en todas la calles y partes del mundo. Tal vez me equivoque y pasada la tormenta todo vuelva a ser como es. Pero, Verónica- solo he visto una tormenta así en mi vida – dijo mirando a los ojos a su nieta.
-Cuando era apenas una niña de corta edad, mis padres me contaron que sucedió una tormenta igual. Te estoy contando aproximadamente hace unos 65 años.
Sé por boca de los mayores, que recuerdo oír que muchos no regresaron, no se sabe si fallecieron o no, ya que sus cuerpos no encontraron. Pero siempre he querido imaginar que algún día volveremos a ver a los que desaparecieron. Por eso ahora, hemos de permanecer unidas.
-¡Mamá! – exclamo la madre de Verónica. – ¿Cómo se te ocurre contarle tal disparate? – solo harás asustarla de algo que no sucedió.
-Hija – le dijo en tono serio – Tú no habías nacido todavía. Y aunque yo era muy pequeña para poder recordarlo. La historia está siempre presente. Mi intención no es asustar a Verónica – sino prevenirla de la tormenta. Quiero que esté preparada para lo que pueda suceder.
-¡Dejad de pelear! – intervino Verónica – al ver que ninguna de las dos estaba de acuerdo con sus opiniones.
Ten fe abuela y tú mamá estaré preparada para esta tormenta que se está avecinando. Sea sólo pasajera o cambie por el contrario el clima o el ciclo de la historia. Todas nosotras hemos de permanecer unidas. Creamos o pensemos diferente. – sentenció Verónica, sentándose en el sofá.
-¿Y ahora qué? – se resignó la madre
-Esperar hija, esperar – No podemos hacer nada dijo la abuela, balanceándose hacía adelante y hacía atrás.
Quedaron en silencio, mientras Verónica pensaba en un más allá detrás de la tormenta. En un mundo como el que le había narrado su abuela, ficticio o no. Fruto de una imaginación desbordada o simplemente para tranquilizar el ambiente.
En su interior su alma estaba tranquila. No le temía al futuro, así como afrontaba el presente, viviendo a cada segundo que pasaba. Dejó la mente en blanco, cerró los ojos y al abrirlos tras oír un relámpago, éste hizo añicos los cristales. Las luces parpadearon y en la oscuridad se vieron envueltas.