Juanjo, un adolescente de quince años, sentía que a pesar de su juventud, pensaba que vivir no valía la pena. No había encontrado su lugar en el mundo. De padres divorciados desde que éste era pequeño. Se acostumbró a llevar una vida diferente, sin una figura paterna que le pudiera aconsejar en los momentos que lo necesitaba.

De esta forma, solo hablaba con su madre de temas que creía conveniente. Mientras, las dudas e incertidumbres que hubiera deseado compartir con su padre, se quedaban en el vacío, viendo como el viento se las llevaba volando.

La madre de Juanjo siguió con su vida, llegando a conocer a un hombre bueno que la respetaba. Un hombre que la hacía sentirse dichosa y llena de vida. Juanjo se alegró por ella, por su madre.

Todas las noches, antes de acostarse, cogió por costumbre acercarse a la ventana de su habitación y observar. En silencio. Costumbre que realizó a partir del mismo día en el que falleció su abuelo. Tras pronunciar sus últimas palabras que quedaron grabadas en su mente – Ganará el lobo al que más alimentes – Nunca supo que era lo que quiso decir. Se dispuso a ir a la cama, cuando una luna llena, grande y hermosa, más que otra noche cualquiera, estuvo observando de muy cerca, junto con el silencio de la noche estrellada.

Entró en un profundo sueño, en el cual un paisaje montañoso aparecía ante él. Caminando entre la maleza llegó hasta un hermoso prado, donde un lobo blanco con sus inmensos ojos verdes le observaba con atención. Juanjo intentó dar un paso atrás cuando el lobo empezó a aullar, mientras Juanjo en un intento de escapar, resbaló, cayendo hacía atrás. El aullido quedo impregnado en su mente.

Al despertar, lo hizo sobresaltado y sudoroso. Sentía latir su corazón latir con fuerza y velocidad. Se levantó para refrescarse la cara y el aullido de un lobo resonó en sus oídos, esta vez no estaba soñando. Se asomó a la ventana y la luna seguía en el mismo lugar. Más intensa y brillante que nunca.

¡Cómo hubiera deseado que su abuelo estuviera con él! – Su abuelo había sido un hombre muy sabio y en una ocasión, siendo joven le explicó que a las montañas se fue a vivir. Buscando respuestas a su yo interior. Tal vez, el debía hacer lo mismo, quizás su sueño estuviera relacionado o no, con las incertidumbres y dudas que tenía acerca de su existencia en el mundo. Su madre había encontrado la felicidad. Ahora le tocaba a Juanjo encontrar su camino. Hallar respuestas a sus dudas y a la soledad que le rodeaba. Viviendo en un mundo en el que no se encontraba a gusto, sintiendo que éste no era su lugar.

-Madre – Necesito tu permiso para emprender un viaje – le dijo a la mañana siguiente

-¿Un viaje? – preguntó su madre – sorprendida

-Sí, necesito encontrarme a mí mismo. Tal vez me vaya a las montañas un tiempo.

-¡Ay, Juanjo! – Exclamó su madre. – ¡Te pareces tanto a tu abuelo! – El también emprendió un viaje para encontrarse a sí mismo; y lo hizo. – ¿Qué puedo decirte, Juanjo? – Si necesitas hacer este viaje, hazlo. Pero prométeme que irás con mucho cuidado.

-Lo haré madre – le respondió Juanjo con un gran abrazo. – Madre; cuídate en mi ausencia.

-Tu también, hijo – dándole dos besos en las mejillas.

Juanjo se encontraba preparado para emprender un viaje en solitario. Con la finalidad de encontrarse a sí mismo y enfrentarse a sus miedos e incertidumbres.

Siguió soñando con lobos, especialmente con el lobo blanco, con el cual en sus sueños, Juanjo empezó a mantener una especie de comunicación, que solo ellos dos comprendían.

Le gustaba la oscuridad más que la luz del día. Había intentado dialogar con algún habitante, pero sin éxito. Llegando a comprender que de la ayuda de las personas, no iba a conseguir nada.

Después de haber caminado un largo camino, llegó a unas grandiosas y hermosas montañas, que solo verlas le cautivaron desde el primer momento. Bajó al poblado con la finalidad de comprar algo de alimentos, cruzando los dedos de no encontrarse a habitantes como los que se había cruzado anteriormente por el camino. Nunca llegó a comprender el comportamiento humano. A Juanjo siempre le había gustado el silencio y la oscuridad de la noche.

Al bajar al poblado encontró a gente muy distinta a la que conocía. Con costumbres muy diferentes. Amaban la naturaleza y a los animales. Eran trabajadores humildes y fuertes que se ayudaban mutuamente.

Juanjo se presentó y después de unos días de estar por el poblado, le dejaron que se hospedara en una de las posadas.

El dueño de la posada, era un hombre entrado en años, que llevaba la posada junto con su hija y su hijo mayor.

-¿Qué te trae por estos lares, Juanjo? – le preguntó curioso el anciano

-Si le soy sincero, me dirijo en busca de mi yo interior. – Busco mi lugar en el mundo. Y mi lugar no es la de la civilización de donde provengo. – respondió Juanjo sin saber la reacción del anciano.

El anciano asintió. – Sé a lo que te refieres, chico. – mirando de reojo a sus hijos.

-Mira, Juanjo. – todos tenemos un yo interior, que tarde o temprano hacemos resurgir de nuestro interior. Nosotros creemos en ello. Todos nosotros hemos pasado por la misma situación.

Juanjo asintió en silencio, escuchando cada palabra del anciano. Cuando se dispuso a ir a su habitación. Se giró hacia la hija del posadero. Era muy hermosa. De tez blanca y cabellos dorados. Pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Grandes y verdes. Se parecían muchísimo a los del lobo que aparecía en sus sueños.

-¿Te encuentras bien, Juanjo? – preguntó el posadero, al ver que cómo miraba a su hija.

-Eh…- Sí, si, mis disculpas. Me había parecido ver a alguien familiar – se disculpó.

-Descansa – te hace falta. – le sugirió

Juanjo asintió de nuevo, subiendo los peldaños que iban a su habitación. El posadero se llevó el mentón a la barbilla y pensativo, se preguntó que era lo que había visto en su hija. No había sido una mirada cualquiera. Miró a su hija y ambos pensaron lo mismo.

Aquella noche le costó dormir, pero cuando lo hizo fue soñando con el lobo de ojos verdes, que le incitó en sueños a que sacara su Espíritu interior. Manteniendo una comunicación que solo ellos dos comprendían.

A la mañana siguiente, mientras bajaba las escaleras se cruzó en el umbral con Nadia – la hija del posadero. De nuevo, quedó inmerso en aquellos ojos que le recordaban al lobo de sus sueños.

-Buenos días – ¿has dormido bien? – le preguntó Nadia

-Buenos días – Sí, estupendamente. Gracias

-Juanjo, ¿por qué me miras de esa forma? – preguntó por curiosidad

-Disculpa, no era mi intención. Pero, es como si te conociera de mucho tiempo atrás. No sabría explicarte, me recuerdas a alguien que conozco. – se encogió de hombros.

-No te preocupes – ¿Quieres acompañarnos en el desayuno? – sugirió la chica.

-Oh, me encantaría – Si no es molestia.

-En absoluto. Hace tiempo que nadie se acerca por el poblado. Nos alegra ver caras nuevas. – dijo el padre por detrás, dándole una palmada en la espalda amigablemente. ¡Acompáñanos, chico!.

En la mesa rebosaban varias tostadas con café, que abrían el apetito. Desayunaban en silencio y en armonía. Al finalizar, recogieron ambos la mesa y entonces Juanjo se sobresaltó, cuando al fondo de la sala, había enmarcado un cuadro del posadero, junto a otro hombre posaban en unas hermosas montañas nevadas.

-¿Ocurre algo, chico? – preguntó el posadero al ver que se había sobresaltado

-Sí, el cuadro del fondo. ¿No me diga que conoció a mi abuelo? – preguntó. – El hombre con el que está posando, se llamaba Jimmy, – ¿verdad?

-¡Sí!, pero… ¿Cómo lo sabes? – preguntó asombrado el posadero.

-Es mi abuelo, o debería decir era mi abuelo… – Cuando falleció yo era muy pequeño. De el sé por mi madre, que de joven se fue a las montañas, por el mismo motivo que yo. Quería conocerse a si mismo. A su yo interior. – prosiguió – por eso me dice mi madre que me parezco tanto a él.

-Estoy verdaderamente impactado. – lo que el destino separó, vuelve a unir por el camino – respondió el posadero

-Además, tengo la misma marca en el cuello que él. La de la forma de la la Luna.

El posadero no salía de su asombro al igual que Juanjo no salía del suyo al saber que había conocido a su abuelo y que tal vez le contara cómo era. Deseaba saber de su abuelo, a pesar de que ya no estuviera entre los vivos.

-¿Como era mi abuelo? – Me gustaría saber un poco más de él. Tal vez, eso me ayude a mi en mi búsqueda. En los saber o comprender el significado de mis sueños, que cada noche me visitan.

-Vamos por pasos. – Te explicaré lo que sé de tu abuelo. Y luego tú me podrías explicar tus sueños; tal vez te pueda ayudar.

-Gracias – respondió Juanjo, agradecido.

Jimmy, Jimmy….la memoria del posadero volvió atrás en el tiempo cuando el y Jimmy se conocieron. Yo era un joven como tu y durante mi adolescencia conocí a un chico muy liberal. Cuando digo liberal, me refiero a que necesitaba estar al aire libre para poder sentirse bien. Jimmy venía de la civilización, en busca de libertad y aire puro. Hasta que llegó a estas montañas, al igual que tú, Juanjo lo has hecho.

Todos tenemos un destino, que nos depara a la otra punta del camino. Tu abuelo al igual que tu escogisteis un camino a seguir. Y aunque fueron caminos distintos, eran con un mismo propósito que cumplir. Llegando, casualidad o no, a las mismas montañas.

En aquella época en el que conocí a Jimmy una gran nevada cayó sobre el poblado. Aunque muchas fueron las veces en el que el nos ayudó, nunca quiso hospedarse en nuestros refugios. Quería hacerlo en su cabaña, que aunque, solitaria al mundo, el lo prefería. No es que quisiera ser descortés, al contrario. Sólo los que llevaban en su interior su mismo Espíritu lo entendían mejor. Nosotros, lo respetábamos.

-Mi abuelo ¿Qué Espíritu llevaba en su interior? – preguntó Juanjo

-El águila. – respondió el posadero

-¿El águila? – repitió Juanjo – para instalarlo a que prosiguiera

-Efectivamente. Era veloz, rápido en sus movimientos y tenía una vista de lince. Sus instintos se fueron desarrollando a medida que fue entablando amistad conmigo. A raíz de la nevada, nuestra amistad fue en aumento y de allí nuestra amistad. Hasta que pasados unos meses, encontró al amor de su vida. Ambos se encontraron, poseyendo el mismo Espíritu del águila. Aroha, una mujer independiente y bella. El día en que sus miradas se cruzaron, Jimmy supo en ese momento que había encontrada a su compañera, a su aliada. El destino los unió.

-¿Podría tener yo el mismo Espíritu de mi abuelo? – preguntó Juanjo

-No es necesario. Que seas de la misma familia, no tiene porqué. – cada uno tiene el suyo. En ocasiones tenemos el mismo, en ocasiones tenemos otro distinto. Por ello, debes averiguarlo y hacer sacar su fuerza a la luz. Todo llegará. Ten paciencia.

Y así fue como conocí a Jimmy – tu abuelo – Una gran persona. Decidí hacer un marco y tenerlo en lo posada. Es el recuerdo de aquel forastero venido de la nada, que vino en busca de respuestas, y las obtuvo, hasta que se enamoró de Aroha, su compañera en el viaje que es la Vida.

Juanjo lo escuchaba en silencio, atento a sus palabras y viendo el cuadro se hacía una idea de cómo era o fue su abuelo.

-Dime, muchacho ¿Qué es lo que ves en tus sueños? – le preguntó

-No le quiero robar más tiempo del que le he quitado – repuso. – Pero en mis sueños siempre aparecen dos elementos muy importantes. Mi sueño es el mismo cada noche. En el estoy en unas montañas, a punto de anochecer. De fondo una grande y hermosa luna llena siempre reaparece, mientras de entre unos matorrales, un hermoso lobo blanco de unos inmensos ojos verdes, se queda observando. Nunca me ha atacado. Pero nunca deja de observarme.

Hasta que – prosiguió – hace unos días antes de llegar al poblado he llegado a mantener una especie de conversación con el, o ella… – no sabría decir bien si se trata de un lobo o una loba.

El anciano se llevo la mano al mentón y en la sala se produjo un silencio que Juanjo respetó – con los ojos posados en el anciano. – ¿Y dices que sueñas cada noche lo mismo?. – se preguntó a sí mismo, mirando a Juanjo pensativo.

-¿Alguna vez se te ha aparecido en la realidad? – le pregunto el posadero. Es decir, que te hayas cruzado con el lobo por el camino o lo hayas visto, aún siendo de lejos. Estando despierto. Cara a cara.

-No. Solo en sueños. Y la luna siempre está presente. – respondió Juanjo

-De acuerdo. – dijo aclarándose la garganta – voy a aconsejarte o a darte, mejor dicho, consejos a través de lo que puedo ofrecerte, de la información que me has transmitido. – Entrelazando las manos, miro a Juanjo que lo escuchaba atento.

El lobo, en realidad, es pasión, es valentía, es lealtad, es sabiduría interior. El lobo es magia. Este animal está directamente relacionado con la magia. Junto con la luna, actúan en la noche como aliados, así que todo es posible en tu sueño con lobos.

-Gracias – tendré en cuenta sus palabras.

Durante el resto de la tarde la pasó deambulando por las montañas. Pensando en todo cuanto había dicho el posadero. Desde el cómo conoció a su abuelo y de la información que pudo darle acerca de los lobos. Era otoño y empezaba a refrescar, aunque el nunca había sido un chico que le afectara el frío. Sin percatarse de las horas transcurridas, miró hacía el cielo y éste empezaba a anochecer. Debía volver al poblado antes de que se hiciera de noche.

Cuando iba a emprender el camino de regreso, un ardor en el pecho empezó a notar. A sus espaldas percibió la presencia de alguien. Se volvió despacio, a medida que veía asomar la luna, y entonces llegó el momento en que se encontraron cara a cara. El y el lobo. Al igual que en sus sueños, el lobo lo observaba, con esos ojos verdes, que tan parecidos los tenia la hija del posadero.

En vez de huir, decidió enfrentarse a sus miedos. Se acercó al lobo, al mismo tiempo que el lobo. Una vez cerca, Juanjo se arrodillo a la misma altura y el lobo junto su frente con la del chico, cerrando los ojos. Juanjo, despacio, poso una de sus manos en su  cuello y la luz de la luna brilló frente a ellos. Una magia surgió entre ambos. Empezaron a comunicarse como solo ellos sabían y podían entender, hasta que, la última imagen que pudo percibir Juanjo fue la imagen de Nadia.

-¡Nadia! – exclamó Juanjo – abriendo los ojos.

-La loba asintió – abriendo de nuevo los ojos – siempre he sido yo, la loba de tus sueños.

Su yo interior fue creciendo, hasta que Juanjo también pudo convertirse en un hermoso lobo gris.

En lo alto de las montañas un aullido de lobo se oyó fuerte y vital. Ambos aullaron, dando gracias a la luna por unirlos.

En el poblado, el posadero oyó los aullidos de lobo. Su intuición le decía que debía averiguar que estaba pasando. Subía a las montañas.

-¡Nadia! – exclamó sorprendido – mientras miraba al lobo que tenía al lado

-Padre – he encontrado a mi compañero y aliado. Aunque, creo que ya lo conoces

Juanjo y Nadia volvieron a su forma humana. Una sonrisa apareció en el rostro del anciano.

-¡Bienvenido a la familia, Juanjo! – Me alegro que te hayas encontrado a ti mismo y que sea tú el compañero de Nadia.

-Gracias. Apenas me salen las palabras para describir todas las emociones que mi cuerpo está sintiendo en estos momentos. Nadia era la loba que aparecía en mis sueños.

-La luna es la magia que os ha llegado a unir. – ¡Hay que celebrarlo! – aún sin salir de su sorpresa el posadero.

Nadia y Juanjo tomados de la mano bajaron de la colina y el poblado fue su hogar, durante el resto de sus años.

Anuncio publicitario