Antonia tuvo dos hijas y dos hijos con un hombre humilde. Pero Antonia era una mujer que ansiaba poder. De joven no pudo conseguirlo y ahora enseñaba a sus hijas, desde bien pequeñas, que cuando fueran éstas mayores consiguieran hombres de negocios, que tuvieran dinero y poder. Solo así serian felices.
Cuando cumplieron sus veinte años, tanto Pilar como María siguieron los consejos que su madre, desde la infancia les enseñó. Ambas se casaron con hombres de dinero, y se olvidaron de que ellas provenían de una casa humilde y la avaricia creció en su interior, convirtiendo a ambas en personas totalmente distintas. En cambio sus hermanos siguieron los pasos de su padre. Los de un padre humilde y trabajador.
Pero en el caso de las hijas de Antonia fue muy distinto. Se sentía muy orgullosa de sus hijas por haber conseguido las metas que ella no pudo lograr.
Un día el padre se acercó a su hija menor. No dejaba de ser su hija, aunque la figura materna, hubiera sido la que las hubiera guiado por el camino que creía correcto. Aunque el no lo veía del mismo modo.
-Pilar, ¿tienes un momento? – le preguntó
-Claro papá – mirando a su padre con la sospecha de que éste iba a decirle algo…
-Escucha bien lo que te voy a decir, Pilar. Te has convertido en una mujer, recién casada. Deseo que tu vida este llena de felicidad – Prosiguió – Pero, que la riqueza ni el éxito te hagan perder la humildad. – le dijo seriamente, mientras la miraba a los ojos fijamente, dando un beso en cada mejilla.
Su padre vio alejarse a su hija, con el objetivo de que hubiera entendido su mensaje. Aunque con el ceño fruncido, se quedó pensativo.
Pasaron los años, mientras Pilar gozaba de una vida de poder y de riqueza, llevándola a olvidar lo que significaba la humildad y la avaricia se apoderó de ella. Por otro lado, María siguió los mismos pasos, aunque, siendo mas lista aprovechó los recursos de su esposo, llegando a controlar la situación que éste tenía. De esta forma María se hizo con todo.
En cambio Pilar, aunque se había casado con un hombre rico y poderoso, no supo hacerse con sus recursos, sin que ésta no dependiera de el en todos los sentidos. Gozaba, tenía poder y riquezas. Las joyas bailaban sobre sus brazos y las pulseras de oro resalían de su muñeca.
Pilar se convirtió en una mujer que a cada paso que daba, miraba de reojo a cada mujer que pasara por su lado, con la soberbia e ignorancia, olvidando que ella también fue una mujer humilde años atrás. Olvidó el consejo de su padre y siguió con los patrones que su madre desde niña le involucró.
Aunque la felicidad no estaba en el poder ni en las riquezas, como más adelante tuvo la oportunidad de aprender. Una noche, como otra cualquiera, esperaba con ansias a su marido en la habitación. Se había arreglado para satisfacerlo.
El cerrojo de la puerta oyó abrirse unas horas más tarde. Su marido llegó y no en en las mejores condiciones. Su marido le había dado a la botella, llegando a repetir varias veces la misma escena cada noche.
Pilar se vio envuelta en un mundo donde aparentaba ser lo que no era. Llevaba consigo dos caras. Ser feliz, cuando en realidad no lo era. Aparentar ser la pareja perfecta cuando en realidad, se estaba mintiendo a sí misma.
Estrellarse contra una pared es la mejor forma de quitarnos nuestra armadura de ego y de soberbia. A veces necesitamos un golpe para tomar conciencia con humildad lo que debemos mejorar.
Una noche, antes de la llegada de su marido. Recogió sus escasas pertenencias y marchó en dirección a la casa donde se hospedaba su padre. A sabiendas de que su madre no la entendería. Pero su padre la aceptaría tal como era en realidad.
-Toc Toc – Jaime fue a abrir la puerta y se encontró con la mirada de su hija menor.
-Papá – Es algo tarde, pero he aprendido la lección. Ahora entiendo el significado de tus palabras.
-Hija – entra. Nunca es tarde para aprender y rectificar de nuestros errores. – Padre e hija se abrazaron y lágrimas surcaron de sus ojos.