Siempre había tenido suerte en el amor. No lo puedo negar. Pero lo que ocurrió en mi última cita quedó grabado en mi mente, aún sin comprender el por qué…

Había sido un día como todo los demás, sin cambios. Mi vida amorosa se basaba en citas esporádicas, en el que la rutina no existía en mi. Siempre había sido de tener citas diferentes, porque había experimentado en mi vida social que tener una pareja estable, llevaba a una vida aburrida y rutinaria. Decidí, instalarme una aplicación de citas. En ellas al principio era muy divertido, tanto que me reía al comprobar como eran tan diferentes los hombres los unos de los otros. Pero el efecto, era el que quería: divertirme.

Pero llegó el día en que mi última cita que tuve con la aplicación del móvil se volvió estable. Conocí a un hombre de mi edad, con bastantes gustos en común.  No solo quedamos una o dos veces para ir a cenar, sino que la relación, sin darnos cuenta fue a más. Llegando a un punto en el que parecíamos una pareja tan estable que cualquiera hubiera dicho que estábamos viviendo juntos.

Me fui enamorando de ese hombre que me había robado el corazón. En una ocasión, como otra cualquiera, me llamó para ir a cenar. Seis meses habíamos pasado juntos. Lo conocía lo suficiente en ese tiempo, para que mi intuición no me fallara. Me llamó mucho la atención, conociendo, que me llamara cuando el estaba trabajando. No solía llamar en esas horas. Ni mucho menos para quedar.

Empecé a divagar, una corazonada me advertía de algo, pero no sabía de qué. A la cena se presentó tan galán como siempre, hasta que, cuando se levantó para ir al aseo, me beso en la frente y se despidió con un «ahora vengo». Pasaron los minutos y mi intuición me advirtió de que no se por qué, no regresaría. Lo noté por su beso, mas distante y una expresión que no sabría describir con palabras, en su mirada.

No regresó. Jamás volví a saber de él. Siempre el por qué de esa fría despedida quedó impregnada en mi mente.

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