Siempre había ido por libre al gimnasio. Nunca había ido a una clase grupal, sino más bien a entrenar por mi cuenta. Manteniéndome de esta manera en forma y bien conmigo misma. Liberando energías negativas y ejercitando los músculos, sobre todo aquéllos que necesitaban más masa muscular. Un día decidí apuntarme, por probar a la que fue mi primera e última clase de spinning y a la que no regresé más por motivos que pronto entenderéis.

Mi impresión al ver la bicicleta ya me dio impacto. Más que nada a no llegar a los pedales. Además me vi en apuros, era muy distinta a la a bicicleta estática que hay cuando hago fitness. Calibre las manecillas, toqueteando botones y palancas, hasta que una chica me ayudó. Aún así, me sentía extraña. Con el pompis para atrás y agarrada a las palancas de la bicicleta, en posición de pedalear.

Lo mejor fue cuando la profesora encendió la música y ésta empezó a pedalear y darnos «caña», a lo que para ella solo era «calentamiento». Lo intenté por todos los medios posibles, empecé a pedalear al ritmo de la música pero poco a poco mis piernas dejaron de responder. Insistí , me esforcé, lo intente hacer lo mejor que pude. Cuando finalizó la clase, todos los demás bajaron de sus respectivas bicicletas y yo hice o intenté hacer un tanto de lo mismo. Hasta que, cuando por fin tuve los pies en el suelo, para mi sorpresa, mis piernas empezaron a temblar, balanceando, sin poder caminar siquiera y si lo hacía era caminando como el pato mareado.

Con las ganas que tenía de irme al vestuario, relajarme, echarme agua en la cara…Mientras pensaba en todas esas cosas me dirigí al vestuario más cercano, supuestamente en mi mente el de las mujeres. Cuando los ojos de un chico me miran desconcertado y no precisamente por mi forma de caminar como un pato, ni por mi cuerpo ni porque a pesar de mi aspecto sudoroso y mi pecho exaltado de tanto spinning, sino que sus labios se entreabrieron para hablar y decirme algo y antes de que pudiera hablar le saludé con una mano, en fin, para ser educada.

-Perdona…Perdona… – Este el vestuario de los chicos

Mi cara ya debía de esta roja del ejercicio y ahora lo estaba más de la vergüenza y las mil excusas que por la mente se me pudieron ocurrir.

-Uys sí – iba despistada jejej….. – Mire en la otra dirección y me encaminé al vestuario de las mujeres.

Me di cuenta que no podía sostenerme en pie y mucho menos en la bañera, mis piernas aún no se sostenían con normalidad. Mientras, durante esos 15 minutos bebí mucha agua para hidratarme y cuando mi mente se despejo un poco, me prometí no volver a las clases de spinning nunca más.

Han pasado varios años de este incidente. No sé si he vuelto o no a cruzarme con ese chico o si el me ha visto en alguna que otra ocasión. Pero para mi suerte, mucho mejor que no recuerdo su cara. –  ¡ Qué vergüenza!.

Ahora me río de esta anécdota, pero no veas lo mal que lo pasé  en su día.

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