Andrea trabajaba casi siempre fuera de su hogar. A sus veinticinco años, se encontraba en un crucero en alta mar, con destino a Hawaii. Le habían contratado durante nueve meses para ser una más en el servicio del barco, junto a otros ayudantes de la tripulación. Andrea se encargaba especialmente de ayudar en la sobrecarga y recogida de equipaje de los pasajeros. Aparte de otras tareas que le iban asignando junto a los demás. El trabajo en un barco siempre era considerado un trabajo de equipo. Como empleada del crucero, tenía que saber trabajar con todos los tripulantes y saber colaborar con todos ellos en distintas tareas del barco.
En el crucero a Hawaii había bastantes personas. También era temporada alta y muchos eran los que aprovechaban las vacaciones, así como turistas que aprovechaban las vacaciones en familia para salir de la rutina cotidiana. Todos los pasajeros tenían sus respectivos camarotes y Andrea junto con su compañera, recogían las migajas de pan que habían dejado sobre la mesa del servicio de comida.
Todo parecía ir viento en popa, pero Robert, encargado de ser el oficial radioeléctrico que se encontraba en unos de los camerinos próximo al del comandante Max, estaba intentando comunicarse con los de su equipo sin éxito, las interferencias se lo estaban impidiendo. Habían perdido la señal de comunicación. Una marea se aproximaba sin que los demás pudieran tener constancia de ello. El comandante intentaba mantener la calma a sabiendas de que sin comunicación le sería imposible combatir el mal tiempo que se aproximaba. El comandante y el oficial radioeléctrico se miraron a los ojos. Sobraban las palabras. Solo un milagro les podía salvar. Una señal.
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Max era el comandante del barco. Desde muy niño había sido criado bajo la influencia del mar. Sus parientes habían sido desde marineros, pescadores, hombres dedicados al mar y su padre, que en paz descanse, llegó a ser comandante. Max había seguido los pasos de su familia.
Había escuchado muchas historias desde su infancia hasta llegar a su adolescencia, pero nunca se había encontrado con un dilema como el que tenía enfrente. Solo si se rezaba a un ángel, o un Santo, tal vez con suerte el oficial Robert y él pudieran salir del apuro en que se encontraban. Ellos y toda la tripulación, de la que nadie tenía constancia, por la falta de comunicación.
Por otro lado Robert intentaba por todos los medios poder hallar un medio para comunicarse, sin tener que llegar a alarmar a la tripulación. Todos los trabajadores llevaban consigo un móvil que les hacían llegar avisos para estar en contacto entre ellos, ya que el crucero era tan grande que era una vía de trabajo para saber en dónde y en qué zona estaban trabajando, en el caso en que tuvieran que repartirse los trabajos o demás quehaceres.
—Aquí Robert —¿se me oye? —preguntó mientras iba tocando nervioso cada botón que tenía delante.
—La marea se acerca. —respondió Max mientras ojeaba con los prismáticos
—Solo necesito contactar con alguien para que pueda llegar hasta aquí y podamos salir. —respondió nervioso Robert. —añadiendo —y que éste avise a la tripulación para que aguarde en sus camerinos hasta que pase la tempestad.
—Eso sí conseguimos contactar y salir de aquí — dijo con cierto temor en la voz Max.
Robert tecleó con todas sus fuerzas con la finalidad de poder contactar, aunque solo fuera con una persona de la tripulación. Rezó con todos sus fuerzas. Necesitaba un milagro. Nunca se había enfrentado a un problema como oficial radioeléctrico, como el que tenía delante y más con una tormenta aventándose. Pensó en su familia que había dejado a tierra, en su mujer e hija y tras pulsar varias teclas más, la radio emitió un pitido distinto a los anteriores.
Andrea se encontraba sirviendo bandejas de brócoli, para la tripulación que había bajado al servicio de restaurante para cenar, cuando de repente en el bolsillo de su pantalón notó una vibración. Su móvil estaba dando una señal de aviso. Depositó la bandeja en la mesa y al retirarse cogió el móvil.
—¿Sí, me oye? —oyó la voz nerviosa de Robert a través del auricular.
—Sí le oigo, habla Andrea. ¿sucede algo? —preguntó por la voz de agobio del oficial
—Estamos en alerta roja. El capitán y yo estamos encerrados en mi sitio de trabajo y hasta ahora has sido la única persona con la que nos hemos podido comunicar, tras muchos intentos fallidos.
—¿Qué? —preguntó alarmada.
—¡Andrea, escúchame! —aquí habla el capitán Max. Tienes diez minutos. Cinco para venir a rescatarnos y abrirnos la puerta en la que nos encontramos encerrados y cinco para avisar con cautela y tranquilidad, que todos los pasajeros se vayan a sus camarotes. —añadió —la marea se está acercando y la tormenta dentro de poco la tendremos encima. Pit..pit..pit… —La llamada se cortó.
Andrea no perdió más tiempo y fue directamente a dónde se encontraba el puesto de trabajo del oficial radioeléctrico. Al llegar se encontró con ambos encerrados en la cabina. Extrajo de uno de sus bolsillos unas llaves de repuesto para estos casos y tras varios intentos fallidos a la tercera pudo sacarlos de la cabina, mientras podía observar detrás de ellos la tormenta que se avecinaba.
—¡Gracias Andrea! —le agradecieron. Ahora subamos no hay tiempo que perder.
Seguida del oficial y del comandante Robert fueron a avisar a toda la tripulación con ayuda de un megáfono que se resguardaran en sus camerinos.
—”A todos los pasajeros, les habla el oficial de parte del capitán. Recomiendo que todos dejen lo que están haciendo y vayan a resguardarse a sus camerinos. Tenemos una tormenta que se avecina con rapidez y la marea va subiendo cada vez más.” — Les mantendremos informados.
Andrea iba acompañando a los pasajeros, mientras les iba calmando haciéndoles saber que sería cuestión de un breve tiempo. No teman, tranquilos —mantengan la calma —en breve pasará. — Les mantendremos informados.
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Los pasajeros se hallaban todos en sus camarotes después de escuchar la noticia que había cambiado el rumbo de su destino. La marea se le había echado encima y el tronar de los truenos se oía junto con los sollozos de las mujeres que aunque estuvieran a salvo en sus camerinos, no podían evitar sentir un miedo en su interior. Sus maridos intentaban consolarlas, lo habían intentado con manzanillas y tilas pero el miedo se encontraba en el crucero en que ellos, al igual que los demás se hallaban. Todos dependían de la suerte. Si la suerte estaría de su favor o por el contrario les daría la espalda.
Andrea y los demás trabajadores habían aprendido a lo largo de los años de trabajar en alta mar a aprender a controlar el miedo ante situaciones como las que era inevitable que se produjeran. Una de ellas son las tormentas en el mar. Aunque, por primera vez en años, Andrea tenía ante sus ojos la primera tormenta jamás vista en la historia de su vida. Era como si el mar estuviera furioso con ellos.
Max seguía en el timón, o al menos lo intentaba. Luchando contra la marea y la tempestad. Pensando en las vidas de sus pasajeros y la de su tripulación. Algunos palos y amarres habían caído o habían sido destrozados por la fuerza de la tormenta. Pero si conseguía mantener el timón en su sitio y las fuerzas no le fallaban entonces podrían llegar a algún destino.
—¡Robert! —llamó a gritos, para hacerse oír.
—¡Sí, Capitán! —respondió desde la cabina de mandos
—¡Manténte al timón! — voy un segundo a mi camarote a por una cosa
La familia de Max, sobre todo los que fueron navegantes, como su abuelo o su padre y demás parientes que no tuvo ocasión de conocer. Dejaron escrita una Antología escrita para Max, al ser el siguiente en la línea sucesiva de la familia de navegantes. En ella había fragmentos de historias o hechos de cada uno de sus generaciones que pasaron la vida en el mar. Él era el siguiente. Rebuscó entre líneas algún indicio de tormentas como las que estaba viviendo, algún familiar que hubiese pasado por algo similar.
Su abuelo siendo marinero había vivido algo parecido, pero tan solo la suerte era el destino que al fin y al cabo le podía deparar. O el mar está de tu lado o por el contrario te da la espalda. Eran las palabras que tuvo ocasión de leer, mientras oía que le llamaba Robert.
—¡Max, Max! —llamó insistentemente
—¡Ya estoy aquí! — respondió
—¡Voy corriendo al control de Mandos!
—¡Robert! —¡Cuidado con el mástil! —gritó Max con todas sus fuerzas.
Robert quedó inconsciente, mientras a su encuentro Andrea y los demás levantaron el mástil con todas sus fuerzas para atender rápidamente a Robert.
—¡Andrea! —le dijo Max. Te ocupas de atender a Robert. Tu eres apta. Has estudiado los primeros auxilios y tienes un master en enfermería. Eres la más indicada. En el caso de necesitarte arriba, te lo haremos saber.
—¡A sus órdenes, Capitán! — Andre asintió
La tormenta duró dos días más. Dos en los que Andrea atendió a Robert para que se recuperara de su lesión que había sufrido, al parecer en la pierna. Mientras, arriba el mar parecía estar más en calma. Dícese que después de la tormenta viene la calma.
—¿Te encuentras mejor, Robert? —preguntó a su compañero
—Sí. Y todo gracias a tí, Andrea. Gracias por ayudarme
—Robert, tan solo he hecho mi trabajo. Además. eres mi compañero y me ha gustado saber que te recuperabas de tu inconsciencia. ¡Me habías preocupado!. —exclamó
—De todas formas te debo una.
La tempestad había terminado. Llamaron por comunicación a los pasajeros para anunciarles la buena noticia. Ahora quedaba trabajo por hacer, sobre todo en reparar los daños causados. Había zonas a los pasajeros que les fue prohibido el acceso por motivos de seguridad. Pero tenían el buffet y la sala de estar para estar paseando en el barco, sin olvidar la zona de baile que por la noches solían frecuentar. Lo que las vistas arriba no eran precisamente las mejores, el barco había sufrido daños y había que hacer reforma. El vuelo de una hermosa mariposa indicó a la tripulación que el mar había estado de su lado al estar vivos.
El crucero había quedado anclado en una isla paradisíaca, cuyo nombre no sabían cuál era ni tampoco sabían dónde se encontraban. Aunque Max y la tripulación prefirieron no alertar a la gente, sin saber exactamente en qué punto se encontraban.
—Todo a su tiempo, todo a su tiempo —pensó Max, frotando la mano en el mentón, mientras con la otra sujetaba la brújula que no le marcaba en qué dirección ir.
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Se encontraban en una isla paradisíaca donde se podía ver la blanca arena de una cautivadora playa virgen. El capitán ordenó a la tripulación ayudar a los pasajeros a aterrizar en la playa, con ayuda de los botes salvavidas, durante el tiempo que se necesitará para arreglar los daños causados por la tormenta.
—¡No os alejéis! —ordenó Max. Permaneced unidos y a ser posible en grupos.
Andrea quedó prendida por el maravilloso paisaje que la envolvía. Jamás sus pies habían pisado una isla como aquélla. Los cocoteros de las palmeras asomaban, rodeados de una calma sin igual. Tuvo la sensación de estar viviendo un sueño.
Robert decidió quedarse cerca del Capitán, mientras observaba al grupo de pasajeros cómo perplejos algunos y otros un tanto preocupados, esperaban noticias.
—¿Cómo te encuentras de la pierna, Robert? —preguntó Max
—Recuperándose. Aún tengo molestias por lo que prefiero quedarme cerca de los pasajeros si no le importa, para de esta forma comprobar su estado emocional y que nadie se separe.
—Mejor, Robert. Además, tal vez necesite de tu ayuda para resolver una duda —respondió Max mientras extendía ante sus ojos un mapa que le ayudará a resolver en qué punto se encontraban.
—No sé dónde nos encontramos. Mi brújula se ha extraviado y no tengo ningún punto de referencia, por el momento. Pero, saldremos de esta, Robert.
Andrea siguió andando absorta en sus pensamientos, embelesada por la belleza de la isla que sin darse cuenta se había alejado demasiado. Puso su mano a modo de visera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Intentó mantener la calma, llamando a sus compañeros, con el fin de que la oyeran.
—¡Robert, Max, !.. —llamó a gritos para ser escuchada. No recibió ninguna respuesta. Cansada y aturdida, detrás de unas rocas ocultas creyó ver algo escondido. Se acercó al lugar indicado, con cautela y sus ojos vieron un baúl. Parecía a simple vista abandonado, no se había visto a nadie en el lugar durante todo el tiempo.
El candado se encontraba roído por lo que pudo levantar y ver su contenido. El grito de Andrea se hizo oír entre Robert y Max por unos segundos.
—¡Andrea, Andrea! —exclamó Robert. Capitán me ha parecido oír la voz de Andrea. ¡No se encuentra entre los demás! —Tengo que buscarla, Max.
—¡Espera! —exclamó Max mirando la pierna herida de Robert. Te acompaño —le sugirió.
—Voy a avisar a los demás que se queden junto a los pasajeros. Pronto anochecerá.
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El grito de Andrea resonó en toda la isla, o parte de ella. Llegando a los oídos de Robert y Max, que al oirlos fueron en su búsqueda. Robert enseguida supo que se trataba de Andrea. En el baúl encontró huesos que en su día pertenecieron a alguien. Andrea tuvo la intuición de que en ese momento no se encontraban solos.
Se le erizó la piel solo de pensar que ella podría ser una víctima más. El saber que no se encontraban solos era el comienzo de una pesadilla que solo había hecho más que empezar.
Max iba lo más rápido que podía para intentar localizar el camino por el que había escuchado el grito de Andrea.
—¡No te preocupes por mí, Max! —exclamó Robert, mientras seguía cojeando y yendo a un ritmo más lento.
—¿Seguro? —preguntó Max, preocupado.
—Seguro —afirmó.
Mientras Max y Robert iban al encuentro de Andrea. Los otros tripulantes del crucero quedaron a cargo de la responsabilizarse de que todos los pasajeros estuvieran en una misma área. Mientras otro de ellos realizaba una especie de tostadas con las provisiones que pudieron salvar de dentro del barco.
Max siguió por un camino por el que había oído el grito mientras Robert, un poco más lento se desvió por el otro camino.
Andrea seguía aturdida sin poder quitar la vista del cofre y sin poder ocultar de su mente lo que en él se hallaba. Al retroceder cayó de bruces contra la blanca arena, sin ver el tronco que se ocultaba sobresaliendo en ella.
—¡Andrea! —exclamó Robert al encontrarla en el suelo.
—Robert…—titubeó Andrea, sin dejar de mirar atrás.
—¿Te persigue alguien, Andrea? —preguntó extrañado al verla tan distraída.
—No. No me persigue nadie. Más bien soy yo la que huye de. —mientras le señalaba con la mirada horrorizada el cofre.
Max vio en el semblante de Andrea el miedo dibujado en su rostro. Mientras la cogía de la cintura para tranquilizarla le preguntó qué contenía.
—¿Acaso sabes lo que contiene?
—Huesos. Huesos de personas.—respondió muy seriamente. ¡Lo que daría por estar en el jardín de mi casa!.
Ambos siguieron andando en silencio, en busca de Max que los estaría buscando, mientras a lo lejos la silueta de una iglesia podía apreciarse de lejos. O bien, podía tratarse del cansancio o de alguna visión fruto del cansancio.
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—¿Dónde se encuentra el Capitán? — preguntó uno de los pasajeros, que no paraba de dar vueltas en círculo, impaciente. Los demás empezaron a contagiarse de preguntas sin respuestas por parte de los marineros y demás trabajadores del barco.
—Queremos respuestas, como por ejemplo ¿Cuándo estará reparado el barco?—preguntó una mujer hastiada de estar parada, sin poder salir de la isla, sabiendo que sus vacaciones a Hawaii, estaban echando por la borda, no mejor dicho.
—Mi mujer solo desea saber para cuando podremos llegar a nuestro destino —intervino un hombre de modales más formales y tranquilos.
Mientras los adultos intentaban conseguir respuestas por parte de los de la tripulación, algunos de los chiquillos corretean y disfrutan de la blanca arena en contacto con sus pies, sin percatarse de los problemas de los mayores. Uno de ellos alcanzó un trozo de pan de una de las mesas que habían montado como espacio para la cena.
—¡A dónde vas, canalla! —exclamó una de las mujeres que estaba más cerca, a modo de sorpresa, mientras veía al niño alejarse para no ser pillado con el trozo de pan que se había llevado a la boca, mientras reía a carcajadas.
—¡Atended, Atended, por favor! —empezó a hablar uno de la tripulación. —Comprendo vuestro interés en saber en cuánto estará reparada el barco. Aún quedan algunos ajustes por hacer, no puedo garantizar el tiempo que pueda llevarnos reparar los daños causados. De todas formas —recalcó —haremos todo cuanto esté en nuestras manos para poder agilizar el proceso.
—¿Por qué no habla el Capitán? —preguntó el hombre que no paraba de dar vueltas en círculo.
—Nuestro Capitán se encuentra velando por vuestra seguridad y la de toda la tripulación por lo que ha ido junto a dos compañeros más, para saber en qué localización nos encontramos y en qué isla estamos exactamente. Desconocemos el lugar, por lo que, por favor. —respiró —únicamente os pido a todos un poco más de paciencia y nuestras disculpas por el retraso que por culpa de la tormenta nos hemos visto sometidos.
Cuando terminó de hablar los marinos se miraron a los ojos a la espera de su Capitán Max y de dos de sus trabajadores. Robert y Andrea. Había anochecido y los pasajeros se disponían a descansar y pasar la noche en tiendas de campaña, cubiertos con las mantas del barco que los de la tripulación pudieron sonsacar a duras penas. En los pensamientos de algunos marineros, la ausencia de Max era un asunto preocupante.
Mientras, en el otro lado de la isla, Andrea oye el tintineo de las campanas y un mal presentimiento cruzó por su mente, al no haber encontrado todavía Max.
—¡Robert! —exclamó ¿Has oído lo mismo que yo?
—Sí, Andrea. —respondió. He oído las campanas de la iglesia sonar. Lo mejor será que cambiemos de dirección. Estamos yendo en dirección opuesta. Tal vez Max esté en apuros y no lo sepamos.
—¡Robert, tengo miedo! —exclamó con la piel erizada.
—No estás sola. Estás conmigo. —respondió
El caminar bajo la noche estrellada para Andrea siempre había sido algo mágico y hermoso. Ahora mismo, no pensaba de esa forma. El miedo crecía en ella de forma abrumadora. Un destello entre la maleza hace que se dirijan en sentido diagonal. Tras esquivar las hierbas que crecían en abundancia en esa zona, los ojos de Robert y Andrea se agrandaron al ver que no había sido una alucinación. En realidad sí existía una iglesia. En ese mismo momento las campanas volvieron a sonar con más ímpetu.
Se acercaron cada vez más despacio para evitar hacer el menor ruido. Aunque las sombras cernían ese lugar como si fuera un lugar aparte de la isla. Escondida en ella habían construido una pequeña iglesia.
Robert y Andrea sabían que no estaban solos, pero debían saber de Max. Los cánticos desde dentro del lugar empezaron a oírse en mitad de la noche y las puertas de la iglesia se abrieron de par en par, indicando a qué entrasen en ella.
Andrea temblaba de miedo y Robert la apretaba con todas sus fuerzas, haciéndole saber que no estaba sola. Habían entrado en la boca del lobo, en busca de su Capitán, a quien encontraron atado a una silla.
Max abrió los ojos cuando los vió. Intentando decirles algo pero en vano. Andrea comprendió en ese momento que si salían vivos de allí sería un milagro. Estaban bajo el techo de una secta de la que habían hecho rehén a Max. Y ellos serían los siguientes. Robert miraba por todos lados en busca de los que tenían retenido a su Capitán.
Varios ojos estaban acechando el lugar. Mientras uno de ellos alcanzó a coger a Andrea. El grito llegó a oídos de Robert, quien supo que estaban solos ante el mismísimo diablo. Unos focos se abrieron y recibieron a un segundo rehén.
Andrea y Max se miraron a los ojos en busca de la oscuridad de la que estaban sometidos. Robert, oyó la puerta cerrarse detrás de él. Atrapados. La aparición de varias sotanas negras hicieron su reparación en busca de su gran mentor todopoderoso cuya sotana era del color de la sangre. Robert tampoco pudo escapar de la velocidad en la que fue retenido.
Los tres se miraron desconcertados, mientras se hacían la misma pregunta ¿Quiénes eran?, mientras Andrea se acordó repentinamente de los huesos que había visto en el cofre. De una cosa estaba segura. Todo estaba relacionado. ¡Cómo huir!.
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Los tres se miraron sin poder decir nada. Andrea tenía ganas de chillar y llorar pero no lo hizo. No conseguiría nada. Tenía que tener las fuerzas necesarias para poder pensar en cómo escapar. Max y Robert pensaban lo mismo. Sobre todo Max, que se sentía impotente al ser el capitán y ver en los problemas en los que había metido a su tripulación. Además, estaban el resto de pasajeros y marineros que no sabían nada. Y que seguro estaban pendientes de su llegada.
Las capuchas negras empezaron a entonar un cántico mientras empezaron a andar hacía donde estaban atados los tres. Los rodearon haciendo un círculo mientras seguían entonando como si de una plegaria se tratara. Andrea tuvo tiempo de ver que llevaban todos la misma indumentaria. Todos con capuchas negras y sandalias marrones. Solo sus ojos podían verse, escondidos detrás de la tela que les cubría.
Cuando terminaron, permanecieron de pie en la misma posición, a la espera de recibir al supremo. El silencio inundó la sala de nuevo. Al cabo de un rato los pasos resonaron, haciendo eco en la iglesia. Ante ellos había hecho su aparición el individuo, con capucha roja y tan flaco como los demás.
Su sonrisa maléfica se hizo sonar en toda la iglesia. Mientras su mirada se dirigía primero a Max, seguido de Robert y Andrea.
—¿Qué hacéis en esta isla? —preguntó con un tono de voz grave.
—Soy el capitán de un barco, con destino a Hawaii. Hemos aterrizado en esta isla porque la tormenta que hubo en el mar afectó al barco. Y hasta que no lo reparemos nos será imposible irnos.
—¿Por qué debería de creeros? — respondió con desdén
—¡Porque es la verdad! —exclamó Andrea en un ataque de ansiedad.
—¡Silencio! —ordenó. ¿Quién te mandó hablar, mujer?
Robert permanecía callado, mientras pensaba en las opciones que tenían si es que tenían alguna, para salir ilesos.
—¡Eh, tú! —¿Tienes algo que decir? —preguntó dirigiéndose a Robert.
—Estamos diciendo la verdad. No nos interesa vuestra secta o lo que tengáis montado en esta isla. Lo que queremos es irnos, terminar de reparar el barco e irnos. No pedimos nada más.—respondió.
—En barco… —quedó meditando el de la capucha roja, sin dejar de quitarles la vista de encima. Los murmullos empezaron a oírse entre los demás, hasta que el que dirigía la secta les mandó callar.
—¡Silencio! — si no queréis que en huesos os convierta..
Andrea se acordó del cofre y su contenido y su rostro palideció. Miró de reojo a Robert y éste asintió con la mirada. Mientras Max, observa sin comprender a Robert y a Andrea.
—¡Llevadlos al calabazo! —ordenó
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Andrea no podía más. Se sentía angustiada , mientras de su rostro, lágrimas empezaron a brotar, sin poder evitarlo.Atados de manos a las sillas se entraban con la única luz que emanaba de las antorchas que había a los lados.
—¡No llores! —exclamó Robert al verla. —saldremos de ésta, ya lo verás. ¿no es verdad capitán? —preguntó mirando al capitán. Max tenía una mirada preocupante. Temía por su vida así cómo por su tripulación y sus pasajeros.
—Suspiró —abatido. Sí, saldremos de ésta, desmoralizado. Tengo un cargo importante con todos vosotros. Como capitán me siento responsable.
—¡Max! — tú no tienes culpa de nada. No te culpes, por que una tormenta nos haya arrastrado a esta isla desconocida y con la mala suerte de cruzarnos con “ello”, refiriéndose a la secta”.
—Además, qué sabíamos nosotros de que estaría formada por una secta que colecciona huesos de humanos —exclamó Andrea, después de secarse las lágrimas.
—¿huesos? —preguntó Max, sin comprender.
—Sí. Los vi en un cofre. Luego vi a Robert y fue testigo de lo que vieron mis ojos. Aún tengo grabado en mi mente la imagen que no puedo quitarme de la cabeza. —respondió.
Robert notó en uno de sus bolsillos que llevaba consigo su navaja multiusos. Intentó moverse de la silla, hasta caerse de lado, con la intención de poder coger de su bolsillo trasero el utensilio que tal vez podría salvarles de las ataduras.
—¿Qué haces Robert? —preguntó Max
—Intentar desatar para poder librarnos de estas malditas sillas que atados nos tienen.
—¡Qué listo! —exclamó Andrea, con la posibilidad de haber alguna escapatoria.
—¡No perdemos nada! —Es el plan A.
—Robert, debemos pensar en un plan B, mientras intentas desatar las cuerdas.
—¡Tú puedes conseguirlo! —le dio ánimos Andrea.
Mientras intentaba desatarse, Andrea se acordó de su abuelo. Su abuelo materno fue un héroe para ella. Había sido militar y luchado en varias batallas. Recordaba cómo de niña le contaba cada acontecimiento de lo que había vivido. Ella escuchaba con atención los peligros que se había tenido que enfrentar su abuelo y en lo que a raíz de lo mal que lo tuvo que pasar, llegó a convertirse en un militar de nombre conocido.
¡—¡Lo conseguí! —exclamó Robert.
—¡Genial! —exclamó Andrea con un poco más de esperanza. —
Mientras en la playa un nuevo día sin noticias de su capitán y compañía. La buena noticia es que los de la tripulación habían podido reparar los daños, sobre todo los del motor. Aunque no podían partir sin su capitán, por lo que decidieron optar por hacer un pequeño fuego en señal de auxilio, con la esperanza de que algún barco les viera, mientras otros marineros intentaban contactar a través de radio, sin todavía ninguna señal.
Los pasajeros se encontraban menos asustados y más tranquilos sabiendo que pronto podrían volver a subir al barco, ansiosos por partir.
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Los marineros seguían haciendo señales de humo. Otros se dedicaban a reparar los últimos ajustes del motor. En el centro de la playa se podía ver a los más jóvenes jugar en la arena, entretenidos correteando por la arena, como si estuvieran jugando al béisbol. Indiferentes del peligro del que estaban expuestos. Sin embargo los demás turistas, se les podía ver con un semblante más pacífico y sereno. Pero no todos compartían la misma tranquilidad. Se encontraba un grupo de hombres que aún seguían teniendo sus dudas.
—¡Mira como se divierten los chicos! —exclamó una de las pasajeras al ver a sus hijos jugar.
—Sí, a pesar del percance que hemos tenido, ellos son los primeros en saber disfrutar del momento. Deberíamos hacer lo mismo. ¿no te parece? —le respondió a modo de pregunta su marido.
—Tienes razón. —afirmó su mujer con una sonrisa en su rostro.
Uno de los pasajeros que había escuchado la conversación se acercó a ellos con pasos sigilosos.
—Yo no estaría tan tranquilo. Aquí parece que hay gato encerrado… —murmuró, mientras los observaba con un aire de pesimismo.
Robert pudo desatar a sus compañeros. Andrea movió las muñecas, sintiendo de nuevo la sangre circular por sus venas. Observaron el sitio donde se encontraban, hallando alguna manera de poder salir.
—¡Mirad, una ventana! —exclamó Robert, dirigiéndose donde un destello de luz le indicaba que podría haber una salida por donde poder escapar.
—¡Cierto! —afirmó Max. Con ayuda de tu navaja, tal vez podamos romper los barrotes que nos separan tras estas cuatro paredes.
—¡Humm! —¿Estáis diciendo de colarnos por esa rendija? —preguntó Andrea, un tanto indecisa.
—Será más fácil si la agrandamos un poco y así podremos salir —respondió Robert.
Después de estar un rato intentando hacer un hueco más grande para poder pasar. Robert fue el primero en subir y comprobar si podían pasar.
—¡Sí, podemos pasar por el hueco! —exclamó.
—¡Venga!—animó Max a Andrea.
Finalmente Andrea da el paso, pero el crujir de los barrotes rompe el silencio.
—¿A dónde creéis que váis? —preguntó uno de los sectarios.
—¡Robert, Max! —exclamó Andrea. Id a avisar a los demás.
—Pero…—tartamudeó Robert.
—¡Robert, corramos! —Andrea tiene razón. —afirmó Max.
—Volveremos a por ti —dijo Max señalando el puño hacía su pecho.
—¡Tengo a la chica! —Iremos a por vosotros también. No escapareis de esta isla. —afirmó el sectario mientras retenía de nuevo a Andrea, llevándola a la fuerza con los demás, con la finalidad de hacerla parte de la secta. La de adorar al Diablo.
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Los encapuchados pertenecían a una secta de la que era fácil entrar en ella pero muy difícil salir.
—¡Soltadme!, malditos. —exclamó Andrea. No estaba asustada ni sollozaba. Se encontraba furiosa. Indignada por no poder haber escapado a tiempo. Pensaba en el esfuerzo que Robert había hecho por salvarla, teniendo en cuenta que su pierna todavía no se encontraba al cien por cien recuperada. Lo veía cojear, a pesar de no comentar nada. Conocía el orgullo de los hombres frente al dolor.
—¡Sois unos cobardes! —exclamó mientras los miraba a los ojos cubiertos por las capuchas oscuras.
—¿Por qué osas insultar, mujer? —preguntó el jefe de la secta con una voz grave. —Te crees muy valiente.
—¿Por qué no os quitáis las capuchas? —preguntó —
—No es de tu incumbencia —le respondió seriamente uno de ellos. —No se debe hacer preguntas al supremo. Nosotros somos sus sirvientes y fieles seguidores. —añadió otro de ellos.
—Así es —afirmó el jefe de ellos mientras asentía con la cabeza.
El supremo mandó callar a todo el mundo mientras miraba firmemente a Andrea. Andrea cuando se encontraba nerviosa y furiosa, era una de esas personas que no podía parar de hablar y de interrogar para sonsacar información que le pudiera ser de utilidad. Pero no era el caso. Nunca se había encontrado en una situación como en la que se estaba y no sabía cómo iban a reaccionar.
El supremo le ofreció un vaso del color del vino para que bebiera de él. Andrea lo miró a los ojos, interrogando con la mirada.
—No preguntes y bebe. —te hará sentir mejor. —respondió el supremo.
Andrea por una vez no insistió y bebió un sorbo. Tenía la garganta seca, por ello no le importó si sabía amargo o por el contrario era dulce. Aunque para ser vino, sabía muy distinto. Prefirió no preguntar y guardarse sus preguntas para otro momento.
De fondo los sectarios empezaron a recitar una plegaría en un idioma que ella desconocía. Lo oía repetidas veces, hasta que al cabo de un rato empezó a sentirse cansada y sin apenas darse cuenta, Andrea terminó cayendo en un profundo sueño, mientras los de su alrededor seguían con su letanía.
Tumbaron con delicadeza a Andrea en el suelo, encima de un especie de colchón, mientras esperaban que sus letanías llegaran a su Espíritu y abriera su corazón a su Divinidad; el mal.
El supremo tenía una vaga esperanza de que aunque estuviera dormida, el antídoto que le había dado hiciera efecto en ella. El aroma a incienso aún podía olerse en el ambiente, de fondo los cánticos de sus fieles. Cuando terminaron de cantar, se fueron cada uno a sus aposentos, dejando sola a Andrea en el santuario.
Era de noche profunda cuando Andrea abrió los ojos. Se incorporó, mirando a ambos lados y guiada por su instinto empezó andar, sin saber en qué dirección. Tan solo se preocupó por andar, mientras tocaba y ojeaba cada rincón de la estancia. Andaba sin temor a ser vista, como quién camina por su propia casa. Despreocupada.
En una de las paredes observó que una pequeña palanca sujeta a la pared parecía moverse. La sujetó, se inclinó hacía arriba y sus ojos vieron como la puerta de la iglesia se abría, dando la oportunidad de emprender el camino a la salida.
Una vez fuera, encontró otra palanca igual. La inclinó en sentido contrario y la puerta se cerró. Dejándola libre.
Y por la noche abre los ojos y empieza a caminar, encontrando la entrada secreta que da fuera de la iglesia
con dos trozos de leña empieza a frotarlos para conseguir fuego, hasta prender la mecha que le lleva a incendiar el lugar, con los sectarios dentro de él.
—¿Dónde estoy? —preguntó mirándose las manos y la ropa, aturdida. Se frotó los ojos y comprendió que sin saber cómo había salido del lugar, cuando se encontraba en su fase de sonámbula. Por primera vez en mucho tiempo dio las gracias por ser sonámbula.
Empezó a correr, intentando recordar el camino hacia la orilla por el que había venido. A oscuras era difícil.
—¡Fuego! —exclamó. Son señales de humo. ¡La tripulación está haciendo señales!.
Meditó pensando en que si habían hecho señales es que habían encontrado leña para poder hacer fuego y si así era…
Tenía en mente una idea algo descabellada. Pero si no la ponía en práctica no se libraría de los sectarios. Era su vida o la de ellos. Rebusco por el camino hasta encontrar dos pedazos de lecha con los que empezó a practicar su plan. Estuvo un rato, que le fue eterno. Pensando en darse prisa para que no se dieran cuenta de su ausencia. Entonces pudo ver cómo prendía calor en sus manos. ¡Lo había conseguido! El primer paso estaba hecho. Ahora viene lo más complicado. Acercó el fuego a la iglesia mientras hacía un recorrido hacía su interior. El fuego se expandió y vio con sus propios ojos cómo la iglesia prendía fuego a los sectarios dentro de ella. Sin que éstos pudieran salvarse. Andrea echó a correr en dirección a las señales de humo de la tripulación.
Unos pasos fueron escuchados por algunos tripulantes quienes se alegraron al ver que eran el capitán Max junto al oficial Robert, regresando de quién sabe dónde.
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Los pasajeros también se alegraron de verlos de regreso, aunque tenían muchas preguntas que deseaban hacer, esperaron a que ambos se recuperaran de su larga carrera y recobraron el aliento.
—¡Capitán, nos alegra mucho que esté de vuelta, sano y salvo! —exclamaron al unísono.
—¡Robert! —exclamó uno de sus compañeros. —¿Cómo te encuentras? —preguntó, viendo su rostro pálido y casi sin fuerzas para poder hablar. Un nudo en la garganta se lo impedía.
—Me encuentro mejor, compañero. —respondió sintiendo el cansancio y el dolor en su cuerpo y en su pierna, mientras no dejaba de darse masajes para menguar el dolor. Aunque su mente no podía dejar de pensar en Andrea.
—Capitán, ¿Qué ha pasado? —preguntó uno de los pasajeros.
—Es una larga historia. —respondió éste igual de cansado que Robert.
—Max, ¿dónde está Andrea? —preguntó uno de los de la tripulación. ¿no la habéis encontrado? —preguntó preocupado.
—¡Es verdad, la chica por la que os fuisteis en su búsqueda! — exclamó una de las pasajeras.
—Andrea, es quien nos salvó y por ese motivo nosotros ahora estamos aquí.
—¡Calma, calma! —exclama Max. Cómo os he dicho antes, es una larga historia. Os la explico.
—Robert y yo fuimos en su búsqueda. Tomamos distintos caminos. Robert la encontró primero, pero a mí me raptaron unos encapuchados…
Los alaridos de las mujeres fueron interrumpidos
—En cambio —prosiguió Robert. Yo sí encontré a Andrea junto a un cofre lleno de huesos humanos. Entonces decidimos encaminarnos hacía la playa cuando nos dimos cuenta de que nos faltaba Max.
—Ellos intentaron salvarme —continuó Max. Pero también fueron capturados por unos sectarios que viven bajo el techo de una capilla. Aquí en la isla.
—¡Qué! —empezaron a alarmarse.
—El caso dijo Robert —intentando abreviar la historia es que intentamos escapar por la noche y lo conseguimos. Aunque Andrea quedó presa, de nuevo. —dijo finalmente.
—Me comentan que el barco está listo para zarpar —confirma el capitán. Pero somos una tripulación y como capitán autorizo a que no se separen de aquí por nada del mundo. Hemos aterrizado en una isla habitada por unos insectos de sectarios que adoran el mal, el satanismo o como queráis llamarlo. Pero, no nos iremos hasta que tengamos noticias de Andrea. Somos un equipo y una familia y estamos tanto la tripulación como vosotros los pasajeros juntos en este viaje. Os pido que seais comprensivos. Disculpad nuestra tardanza. Os será recompensada. Y prometo que pronto zarparemos a Hawaii.
Los pasajeros se miraron a los ojos. Algunos fueron a protestar pero los alaridos de una mujer fueron interrumpidos y todos miraron en la misma dirección.
—¡Fuego, Fuego! —exclama una mujer, señalando el punto donde habían estado Robert y Max. Sus rostros pálidos solo pensaron en Andrea.
—¡Mirad! —exclamó otro de los pasajeros. Alguien está viniendo hacia nosotros. ¿y si es un sectario?, ¿y si nos viene a atacar? —preguntó exaltado, contagiado por los alaridos de la mujer que tenía a su lado.
El nerviosismo se hizo mayor a medida que los pasos se hacían más cercanos.
—¡Calma, calma! —intervino uno de los tripulantes al ver que Max no reaccionaba. —No sabemos de dónde viene y parece estar aún lejos de donde nos encontramos. —respondió.
—¡Andrea!. ¡Es Andrea! —gritó Robert.
Andrea llegó sin fuerzas con el rostro pálido y se arrojó a los brazos de Robert, a punto de desmayarse por el cansancio. Robert la asió a tiempo. Tenía mil preguntas en su mente que preguntar, pero al verla sana y a salvo. Ya habría tiempo para preguntas.
—¡Andrea! —se apresuró Max… ¿pero cómo?.
—¿Qué cómo he podido escapar? —leyendo la mente. Ni yo misma sé cómo lo hice. Solo doy gracias a que en en ocasiones soy sonámbula y solo recuerdo el verme fuera. En libertad. No sé cómo logré escapar. Mi mente cuando está sonámbula no lo recuerda. Recuerdo la libertad. El encontrarme fuera de la iglesia. La causante del fuego he sido yo. Sabía que por mucho que corriera se darían cuenta de mi ausencia. Así que emplee métodos de supervivencia. Prendí fuego a ese lugar maldito.
Había terminado todo el desenlace de la iglesia de aquella isla. Volvían a encontrarse rumbo a bordo. El desenlace había terminado con aquellos sectarios, que no eran más que insectos, ahora carbonizados.
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na vez en el barco, Andrea se fue a su camarote a descansar. Se tumbó y se dejó llevar por el cansancio que poco a poco se iba apoderando de ella. Sus párpados se cerraron lentamente hasta que finalmente su mente entró en un profundo sueño.
Los demás de la tripulación hicieron lo mismo.
Jimmy era el segundo capitán a bordo. Completamente diferente a Max en cuanto a relacionarse con la gente y en ser cordialmente amable. La tripulación deseaba que Max se recuperara y volviera a estar al cien por cien, pero hasta el momento, sería Jimmy quien estaba autorizado por Max a que siguiera el protocolo y fuera él quien le tocará el turno de estar al mando del timón. Jimmy siempre había tenido envidia de Max por ser el primero en estar al timón y el tener que encontrarse en el “banquillo”, a la espera de ser reclamado. Por ello siempre estaba de malhumor. Nadie comprendía lo que estaba pasando al ser considerado el segundo de la lista. El que hacían siempre a un lado.
Robert estaba recostado en su recámara pensando en Andrea. A diferencia de Andrea que se dejó vencer por el sueño, Robert no podía. Sus pensamientos estaban pensando en su compañera.
—Creo que me estoy enamorando —se dijo a sí mismo. Se frotó la cara con ambas manos intentando desviar ese pensamiento, en vano.
El recuerdo al abrazar a Andrea en la playa, resurgiendo de las tinieblas a las que se habían tenido que enfrentar. En ese preciso momento su corazón empezó a sentir algo por ella. No podía olvidar su aroma, desde el momento en el que por fin se volvieron a reencontrar.
Por otro lado, los pasajeros se acomodaron de nuevo, suspirando de alivio, al poder seguir su viaje y esta vez rezando en que no hubiera ningún otro contratiempo.
Darío, uno de los adolescentes, había cogido como recuerdo de la isla un huevo. Le llamó la atención y se lo guardó en el bolsillo de su chaqueta, sin tener consciencia de que en su interior una criatura se estaba formando.
De repente un grito en el interior del camarote de Andrea pudo oírse, llegando a los oídos de Robert. Su camarote estaba cerca del suyo…al igual que los demás tripulantes que trabajaban en él. Robert, decidió tocar a su puerta y la entreabrió encontrando a Andrea despierta, respirando con dificultad.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Robert, entreabriendo la puerta
—Si..o eso creo. —respondió Andrea. He tenido una pesadilla. Pero parecía tan real. Unos zombies me estaban persiguiendo. —le contó, mientras Robert le acercaba un vaso de agua, para que se despejara y pudiera respirar con normalidad.
—Todo ha pasado. Ya pasó —le respondió al ofrecerle el vaso
—Gracias Robert —no sé qué haría sin ti.
Ambos se miraron a los ojos y se dedicaron una tierna sonrisa.
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La calma había regresado a sus vidas. Los pasajeros empezaron a serenarse y la tripulación un tanto más tranquila, regresaba a sus costumbres rutinarias en el barco. Max se había recuperado del cansancio y se encontraba, de nuevo, al mando del timón. Jimmy, abandonó el puesto de Max, que había ocupado durante su ausencia y regresó a sus otros quehaceres, quejándose nuevamente. La envidia era muy mala y le corroía por dentro el saber que era el segundón de los capitanes. En ese barco nunca llegaría a ser ni a ocupar el puesto de Max. Pensamientos diabólicos empezaron a cubrir su mente, que se desvanecieron rápidamente.
—¡Buenos días, Robert! —exclamó Andrea.
—¡Buenos días Andrea! —devolviendo el saludo con una sonrisa
—¿Cómo te encuentras de la pierna? —le preguntó Andrea
—Mucho mejor, casi se encuentra recuperada del todo. Me alivia el no tener que cojear.
—Me alegro mucho. Son buenas noticias..
Max se reunió con los tripulantes que llevaban la cocina. Tenía la idea de que volvía la calma a su hogar; el mar. Celebrar en el crucero una cena en el gran salón para luego los pasajeros puedan dirigirse después de cenar a la pista de vals.
—¿Qué os parece la idea? —preguntó Max. Os pregunto por el tema de los comensales y preparativos. Y si disponemos de bastantes cubiertos, entre ellos cucharas y demás utensilios.
—¡Nos parece una idea estupenda! —dijeron al unísono todos juntos.
Los tripulantes gozaron de una cena exquisita y de una noche de risas y charlas agradables, en un ambiente colmado de alegría y buen ambiente. Al terminar de cenar, las parejas invitaron a sus mujeres a bailar típico vals de salón.
Mientras en el bolsillo de la chaqueta de Darío, los huevos empezaban a moverse en su interior…
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Darío no daba crédito a lo que veía. Aquellos polluelos no eran corrientes. Jamás en la historia de la humanidad había visto ni sabido de animales que al nacer, éstos nacieron con los ojos rojos. Los polluelos no dejaban de mirar a Darío con una extraña mirada. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando emitieron sus primeros sonidos. Tenían hambre y no tenía la más remota idea de qué darles. Solo se le ocurría darles trocitos de pan con un poco de agua.
Mientras Darío fue en busca de comida, comprobó que el camarote quedaba con la puerta bien cerrada.
—No os ocurra moveros, pequeñines — les dijo, mientras cerraba la puerta.
Jimmy llevaba unos días de mal humor tras el regreso e incorporación del mando de Max. Volvía a ser y a sentirse el excluido de la flota. Y las noches las pasaba en vela, sin poder conciliar el sueño. Muchas veces iba y venía, caminando por los pasillos y pensando en sus cosas. Cuando de repente, un sonido procedente de unos de los camerinos, le hizo parar en seco.
—¿De dónde procede ese ruido? —preguntó extrañado. Cuando volvió a escucharlos se percató que procedían de unos de los camarotes. Miró el listado de quién se hospedaba en él y comprobó que era Darío. Un adolescente que había venido con otros amigos suyos, aunque éstos se encontraban en otros camerinos, cercanos al suyo.
Jimmy no sabía si entrar o no. Por un lado sería violar la intimidad del pasajero, por otro, algo le indicaba que allí dentro se escondía algún ser vivo… Decidió entrar, aunque solo fuera un segundo para comprobarlo, mientras tocaba con las yemas de sus dedos el talismán que siempre llevaba colgado del cuello.
Su abuela se lo regaló cuando Jimmy fue mayor de edad. Siempre se había considerado medio bruja y detectó en su nieto que su vida no sería fácil. Desde ese día lo llevaba con él, más bien para recordarla que para el efecto que éste hiciera…
Darío rebusco en el refrigerador en busca de algún alimento que poder ofrecerles.
Cuando Jimmy entró y vio a los polluelos, se le heló la sangre al ver sus ojos. Los poñuelos detectaron el miedo en Jimmy, quien antes de poder escapar e irse del camarote, quedó hipnotizado por el miedo, sin que sus piernas le respondieran. ¿Dónde había visto esa mirada?. La recordaba, aunque no sabía de dónde. Lo único que sabía era que la mala suerte le perseguía allí adónde iba. hasta el reconocía que había nacido con la mala suerte pisando los talones. Él no había estado en la isla junto con Max, Andrea y Robert. Pero había algo en aquella mirada que le era familiar.
Al recuperar el movimiento de las piernas y regresar a la realidad. Cerró la puerta. Tambaleándose, se dirigió a su camarote. Cuando un dolor intenso en el tobillo, le hizo reflexionar y darse cuenta, al palparse con la yema de los dedos que unas gotas de sangre sobresalen de la zona dolorida. Había sido víctima de aquéllos polluelos, al encontrarse en ese momento de trance hipnótico.
Exhausto, se deshizo de sus vestimentas para cambiarse y reponer fuerzas, cuando se percató de que no llevaba el talismán. ¡Había perdido el talismán!.
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Los días en el barco transcurrían deprisa, sobre todo para quienes trabajaban sin parar, atendiendo las necesidades de los pasajeros. Andrea junto a una compañera servían los tentempiés de la comida. Raciones de queso con pan moreno y olivas frecuentaban la mesa.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Andrea? —le preguntó su compañera cuando terminaron de servir.
—Por supuesto. —respondió Andrea
—No te ofendas, es que es una pregunta un tanto personal. Si no quieres responderme, no lo hagas. ¿entendido? —aclaró
—¡Pregúntame! —que me pones nerviosa
—¿Te gusta Robert? —se atrevió a preguntar, al fin.
—Pues…Si te soy sincera, desde el día en que nos abrazamos y salimos de la isla, he notado que mis sentimientos hacía él están cambiando. Aunque también he percibido la misma sensación en él.
—Lo dices un tanto resignada.—percibió su amiga, por el tono de su voz.
—Mis amoríos nunca han sido duraderos. Nunca he tenido suerte en el amor. Y temo por la sensación que está transmitiendo mi cuerpo, mis sentidos.
—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañada
—Pues es obvio —respondió Andrea. Él tiene mujer. Tiene una familia esperándolo en tierra. ¡Ves por qué siempre tengo algún obstáculo que me impide poder tener una relación! —dijo abatida.
—Andrea estás hablando de ti. Pero te has preguntado sobre sus sentimientos hacía ti. Robert es un hombre con mujer, pero si la mujer por la que tiene ojos sea la que está en este barco…—respondió, dejando la frase al aire.
—Pero…
—Andrea, yo solo te digo lo que veo. Ahora lo que siga más adelante, ya se verá. El amor es como las margaritas que florecen en primavera. Algunas se marchitan con los años, en cambio otras siguen reluciendo como el primer día.
Andrea se quedó pensando en las palabras de su amiga. El tiempo dirá…
Más tarde Max les dió la noticia de que Jimmy había entrado en estado febril. Que no se le moleste por nada del mundo, bajo mi autorización. Es una órden. —advirtió.
—No sabemos si fue estando en contacto con la isla o simplemente sea un catarro que le ha producido la fiebre.
—Lo comprendemos capitán. —asintieron.
—¡Ah!, otra cosa más. He encontrado este amuleto por el pasillo. ¿Sabéis de quién puede ser?.
—Ni idea… —negaron
—Lo pondré en el departamento de objetos perdidos —afirmó Max. Podéis retiraros.
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Darío ya no sabía cómo esconder a los polluelos, que cada vez crecían más deprisa y más grandes eran. Sus ojos seguían dando pavor. Darío sabía que si les daban de comer no se ponían revoltosos, pero intuía que tendría problemas si descubren qué los guardaba en su camarote.
Por otro lado Jimmy se recuperó de su estado febril. Una vez recuperado, la picadura en el tobillo seguía en el mismo lugar, aunque ahora ya había dejado de doler. Jimmy regresó a la normalidad, con su carácter de siempre, aunque más callado de lo habitual. Los otros días siempre se quejaba por los celos que éste tenía de Max y de las pocas ganas que ejercía al trabajar, siendo un “mandado” más entre los demás.
Se le veía trabajando sin decir nada. Su mirada incluso había cambiado. Al caminar lo hacía más arrastrado por la monotonía que por otra cosa. Su vida rutinaria y silenciosa era un misterio que cuando pasaba por el lado de alguien ni siquiera saludaba.
Jimmy se percató que desde el incidente, llevaba una semana encerrado en su camarote y sin recordar cómo habría podido perder el amuleto que llevaba siempre colgado del cuello. Lo estubo buscando por todos lados.
—¡Jimmy! —exclamó Max al verlo
—Jimmy lo miro con cara de pocos amigos, mientras seguía rebuscando su amuleto.
—¿Necesitas ayuda? —al comprobar cómo parecía buscar alguna cosa.
—Sí, bueno… —aunque no creo que puedas ayudarme
—Si has perdido algo, cuatro ojos ven más que dos. —se ofreció Max
—Se trata de mi talismán. Es un amuleto que siempre llevo conmigo. Desde el día en que me puse febril, lo he perdido.
—¡Sé dónde puedes encontrarlo! —exclamó Max, convencido de lo que buscaba. La semana que estuviste en cama, por los pasillos encontré un amuleto. Así que decidí llevarlo a objetos perdidos, con la finalidad de que quien lo buscara fuese allí. No tenía la menor idea de que fuera tuyo.
—Max, te lo agradezco. Además, hay muchas cosas que desconoces de mí —añadió, con una mirada asesina.
Max emprendió el camino hacía sus quehaceres. No podía perder más tiempo con el incansable Jimmy, que encima que le había ofrecido su ayuda, se lo pagaba con malas caras.
— ¡Nunca aprenderá! —suspiró mientras exclamaba en voz alta para sí mismo lo que pensaba de Jimmy. Pero Jimmy había escuchado de lejos
Andrea vivía una fantasía soñando cada vez con el recuerdo del abrazo con Robert. Recordando las palabras de su compañera. ¿Cómo poder averiguar lo que sentía realmente Robert por ella?
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Andrea decidió resolver las dudas hacía los sentimientos en los que realmente pensaba Robert. Eso si conseguía sonsacar alguna información por pequeña que ésta fuera, ya conocía bien a los hombres y sabía que la mayoría de ellos en cuanto a sus sentimientos querían ser lo más transparentes posibles. Era difícil sonsacar lo que realmente pensaban, por lo que dedujo que Robert no sería una excepción.
Mientras paseaba por los pasillos, Andrea se cruzó con Max, que andaba pensativo.
—¡Hola Max! — saludó con una mano al capitán.
— ¡Ah…— hola Andrea! — respondió éste a su saludo, distraído.
— ¿Max, ocurre algo? — preguntó Andrea al ver la preocupación en su rostro.
— Se trata de Jimmy. Desde hace unas semanas que está distinto. Tras su estado febril hasta ahora, lo noto cambiado.
— ¿En qué sentido? — se interesó Andrea
—Todos sabemos que Jimmy es un hombre con un carácter un tanto antisocial, pero lo que he visto en la mirada de Jimmy esta mañana, cuando me he cruzado con él, ha sido el de un Jimmy aún peor. Tenía— una mirada que me ha dado pavor, si pavor. Me ha hecho recordar…— y mirando a Andrea — a los que vivían en la isla de la que huímos.
—No sé qué responder, Max..— titubeó confusa Andrea.
—Ni yo tengo respuestas — afirmó Max con el semblante preocupado.
—Dejemos pasar unos días más a ver qué sucede. — respondió Andrea. Tal vez, todo vuelva a la normalidad. De todas formas, ¿te parece bien que se lo comente a Robert? — A pesar de todo, él también tuvo que sufrir lo mismo que nosotros. Debería estar al día de lo que le está sucediendo a Jimmy. Más que nada por precaución — sugirió.
—Sí, será la mejor — aceptó Max, frotando su rostro para espabilarse.
Por la tarde, al terminar su turno de trabajo, miró su reloj y se dijo que también Robert estaría a punto de terminar. Decidió ir a visitarlo.
Tocó con los nudillos la puerta, con la esperanza de encontrarlo. ¡Tenía tantas cosas que contarle!
—¡Andrea! —vaya sorpresa. No esperaba visitas. —añadió Robert haciendo pasar a Andrea adentro.
—Robert, tenemos que hablar —dijo seriamente.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Robert, extrañado
—Si y no… —no sé por dónde empezar. Hoy me he encontrado a Max y me ha contado acerca del comportamiento de Jimmy. Desde que enfermó ha cambiado. Todos sabemos cómo es. Tiene un carácter difícil y los celos que tiene hacía Max, también distan mucho de que pensar…
—Te escucho —respondió Robert con atención.
—Por lo visto han tenido un encuentro un tanto extraño. Además, Robert —hizo una pausa —Max ha visto la mirada de Jimmy igual que los hombres de la secta de la isla en la que huímos. Los tenía del color carmesí.
—¡Es imposible!…pero… ¿Cómo es posible?. —empezó a preguntarse atropelladamente, reviviendo los momentos tan difíciles que pasaron.
—Robert, tengo miedo. No sabes como desearía estar en casa. —respondió con lágrimas en los ojos Andrea.
Robert sorprendió a Andrea, sujetándola contra su pecho, ofreciendo un consuelo que necesitaba, sin que ésta lo hubiera pedido.
—No te preocupes. Estas conmigo. Te juro que no te pasara nada malo.
—¿Me lo prometes? —dijo con un hilo de voz
—Te lo prometo. —respondió mientras le secaba las últimas lágrimas. Los sentimientos volvieron a florecer en la mente de Robert, mientras atraído por Andrea, la besó en los labios.
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Después de aquel beso, Robert y Andrea se vieron enredados como cual enredadera va creciendo durante los días que transcurrieron. No podían ocultar lo que sentían, ya no. En sus oídos no paran de escuchar esa música que tan solo los enamorados oyen cuando no pueden separarse el uno del otro.
—Robert… —titubeó Andrea sin saber cómo explicarse
—Dime Andrea. Sabes que puedes preguntarme lo que desees…
—Tengo ganas de preguntarte una cosa, pero no me atrevo. Por temor a tu reacción.
—No tenemos por qué esconder secretos entre nosotros —le respondió mientras le acariciaba el cabello.
—Es sobre tu mujer… Temo por la reacción el día que sepa la verdad de nuestro romance, si es que llega a enterarse. O si bien, por el contrario, nosotros seguimos estando juntos.
El silencio se hizo en la habitación. Cuando Robert empezó a hablar lo hizo mirando con ternura a Andrea, aunque su mente estaba pensando en unos kilómetros más lejos.
—Tienes el derecho a saber la verdad. De la que nadie sabe nada.
—No te entiendo —respondió con el ceño fruncido.
—No soy hombre de muchas palabras y menos cuando se trata de relaciones —suspiró.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Andrea. Me tienes en vilo.
—Hace unas semanas —empezó a relatar Robert —me llegó a mis manos el correo. Una carta iba destinada a mi nombre de parte de mi mujer. En otras ocasiones me había escrito cuando me encontraba en alta mar, por lo que no me pareció nada de extrañar, hasta que leí las primeras líneas de su contenido y supe que algo andaba mal…
Querido Robert
No sé cómo empezar a escribir lo que realmente siento o mejor dicho cómo me siento. Desde el primer momento en que te convertiste en oficial, obtuviste un cargo muy importante que ambos celebramos, aún sabiendo las consecuencias que éste nuevo cargo podría ofrecerte, como era alejarte de casa por varias semanas. Ambos aceptamos los pros y los contras cuando te contrataron. A sabiendas de que siempre regresarías y yo, en Tierra te esperaría con los brazos abiertos.
Mis sentimientos con el tiempo se han ido apagando. Si antes te esperaba con ansias, ahora lo hago con decepción. Me siento cansada de sentirme siempre sola, de no saber a ciencia cierta cuándo regresarás o si no lo harás. Separadas por mar y tierra me siento. Alejados de una relación que empezamos hace tiempo y que poco a poco se va apagando en mi corazón.
Robert, te quiero. Pero no puedo seguir manteniendo una relación contigo, no siendo tu esposa. Me es imposible seguir sola, a pesar de los días que no sé cuándo vendrás. Me he cansado de esperar, de esperarte. Mi corazón ha dejado de sentir lo que sentía antes por ti. Lo siento en el alma. Pero tal vez me equivoqué al verme capaz de aceptar ser esposa de alguien que permanece más en el mar, lejos de los suyos, que en tierra, cerca de su pareja.
Creímos en el pasado que podríamos unir un vínculo en el que nos separa la fuerza de la distancia. Para bien de los dos, creo que es mejor que continuemos caminos distintos. Alejados ya nos encontramos para que un milagro haga unir tierra con mar.
—¡Robert, lo siento mucho! —no imagino lo que has sufrido en silencio
—No han sido unas semanas fáciles. Pero el saber que tú, Andrea, estás a mi lado, me hace ver que tal fuera una señal.
—¿Una señal? —preguntó pensativa
—Hay señales que no las vemos directamente pero que están a nuestro lado. Yo siempre he pensado en esas teorías. Andrea, tal vez tú hayas sido la señal que necesitaba, la señal que permanecía a mi lado, sin yo ser consciente de ello.
—Sabes que te amo, Robert —le respondió con un tierno beso en su mejilla
—Lo sé. —le correspondió con otro beso Robert.
…………………………………………..
Con magistral maestría Max ancló el barco, haciendo pisar tierra firme a todos sus pasajeros y a toda su tripulación para poder disfrutar de las vacaciones deseadas. Andrea y todos los demás ayudaban a bajar las maletas y pertenencias de los pasajeros. Ante todo disculpándose por la demora.
—¡Tierra firme, señores y caballeros! —exclamó dichoso Max.
—¡Por fin llegamos! —exclamaban algunos. Otros saltaban de alegría contentos y satisfechos de haber llegado
—Sentimos mucho la demora —se disculpó Andrea junto a sus compañeros, mientras ayudaban a bajar las pertenencias de los pasajeros.
Andrea y Robert no dejaban de mirarse. Habían hecho un buen trabajo. Max estaba orgulloso de su tripulación. Ahora era hora de regresar.
—Bueno… —suspiró Max. Hora de regresar. Otro crucero les devolverá a sus hogares transcurridas sus vacaciones de cada uno de ellos. —respondió.
—Hemos hecho un buen trabajo, capitán. Hemos conseguido llevar a cabo nuestra misión. El conseguir navegar hasta estas islas, a pesar de tener nuestros percances por el mar. —le dijo Robert a Max, mientras le apoyaba una mano en su hombro.
—Gracias a todos vosotros por apoyarme y saber apoyarnos en este duro trayecto. ¡Venga, ánimo! —es hora de partir —recalcó Max, más animado.
La radio empezó a emitir una llamada dentro de la cabina del barco. Robert miró alarmado a Max, sin saber qué podría ser. Max fue seguido de Robert a coger la llamada que con tanto esmero no dejaba de sonar. Andrea empezó a mordisquear las uñas, presentía que no era una llamada cualquiera…
—¡Capitán Max, capitán! —se oyó la voz entrecortada del otro lado del auricular.
—Hola, le escucho. —indicó Max. ¿ocurre algo? —preguntó preocupado.
—No regresen, no regresen. Deben permanecer en la isla de Hawaii hasta nuevas noticias. Una nueva tormenta acecha el mar, de nuevo. Y el crucero no está en las mejores condiciones para navegar y tener que sufrir daños como antes.
—¡Entendido, camarada! —Permaneceremos en tierra, hasta nuevas noticias. Lo haré comunicar al resto de mi tripulación. Ah… —titubeó. El resto de pasajeros que hemos dejado en tierra, hemos de informales o se encarga la otra compañía, en la que luego deben regresar.
—Se encarga la otra compañía. Aunque si lo ven por la isla, no tendrá otro remedio que comunicarles que hay otra tormenta en alta mar, pero de todas maneras comunicaran con ellos los que deben hacerlo. Gracias por su preocupación.
—Estamos en contacto.
—Gracias por la información —concluyó Max, mirando a los ojos a Robert.
Cuando Max y Robert bajaron del barco, lo hicieron pensativos. Max pensando en cómo decirles a su tripulación que debían permanecer en tierra durante quién sabe cuánto tiempo y Robert por otro lado ansiaba estar únicamente cerca de Andrea.
—¿Qué han dicho? —preguntó Andrea cuando los vio bajar a ambos un tanto preocupados.
—Tengo algo que anunciar. Según los datos meteorológicos en alta mar se va a producir una nueva tormenta, igual de fuerte como la que tuvimos que sufrir. —dijo mirando a su tripulación.
—Y eso significa… —dudó uno de ellos
—Eso significa, prosiguió Robert —que deberemos permanecer en tierra durante un tiempo. Tiempo en el que podamos volver a navegar.
—¡Tendremos que permanecer en la isla de Hawaii! —exclamó Andrea, mirando a Robert, ansiando su confirmación.
—Eso parece —confirmó Robert.
—¡Calma, calma chicos! —exclamó Max al ver a su tripulación haciendo preguntas y hablando todos a la vez.
—Miremos el lado positivo. Hemos trabajado muy duro todo el año y también hemos pasado por varias dificultades y peligros en el camino. Nos merecemos unas vacaciones, un tiempo para poder descansar.
Robert asintió. Nuestro capitán tiene razón —afirmó mirando a Andrea con una sonrisa. Tomemos este tiempo para descansar. Al final de meditarlo, aprobaron las palabras de su capitán.
Robert cogió de la mano a Andrea y juntos se dirigieron en busca de un hostal donde pasar la noche. Cuando por el camino las luces llamativas de un espectáculo tenía lugar. Se trataba aparentemente de un circo, donde el espectáculo más novedoso era ni más ni menos que el domador de tigres.
…………………………………………
Continuará la semana que viene….
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