El cielo se estaba nublando a lo lejos. Íbamos yo y mis tres mejores amigos montados en nuestras bicicletas. Tuvimos que pararnos en seco. Al percibir que algo estaba sucediendo y sin saber el qué alzamos la vista al cielo y vimos como se nublaba y se teñía de rojo. Era la primera y supongo que la última que veríamos algo parecido. Temíamos por nuestras vidas y nos quedamos petrificados sin poder mover las piernas.
Nunca habíamos contemplado el cielo de ese color. Resultaba aterrador, tétrico y el sentimiento de miedo era indescriptible en nuestras mentes. El reflejo de un rayo eléctrico nos hizo reaccionar.
—¡Ha caído algo de donde provenía el rayo! _exclamó Miguel
— Yo también he visto cómo se deslizaba del rayo una silueta —intervino Daniel, afirmando las palabras de su amigo.
—¿Estáis seguros? —tuve que preguntar. Mis amigos me miraron y asintieron.
El chillido de Mónica que se encontraba a nuestro lado hizo que mis sospechas se confirmaran.
_¡Está caminando, viene hacía nosotros! —Exclamó aterrada de miedo.
Intentamos huir a toda prisa con nuestras bicicletas, cuando un rayo las fue pinchando una a uno como si algo o alguien lo estuviera dirigiendo.
Soltamos nuestras bicicletas a un lado, intentando huir de allí lo antes posible, aunque estábamos en pleno desierto. No había gente ni otros vehículos a nuestros alrededores. Era como si el mundo se hubiese parado, como si no existiera nadie más que nosotros. Estábamos solos.
Aferrados el uno al otro vimos una silueta de una niña de nuestra edad caminando hacía nosotros. Tenía los ojos del color del cielo. Teñidos del color de la sangre, su piel era pálida y sus cabellos eran cortos. Su caminar era más bien torpe y se balanceaba de un lado a otro continuamente. Cuando estuvo más cerca de nosotros nos señaló con el dedo.
_Humanos…_tengo ordenes de que debéis ser destruidos
_¡Corred! — ordené