Robert se encontraba en una espiral de sentimientos que brotaban en su mente. No podía sacar a Andrea de su cabeza. Sabía por un lado, que había formado una familia con la que era su actual esposa, junto con la que habían tenido a dos hermosas hijas. Siempre se había considerado una persona cauta y serena. Con los pies en la tierra. Padre de familia y cumpliendo con sus respectivas responsabilidades. La única desventaja en su matrimonio era que el trabajo le hacía alejarse varios meses.

Sara, la mujer de Robert, había aprendido a lidiar con ello, a sabiendas de que el trabajo de su marido le hacía permanecer en ocasiones, varios meses alejado de su familia. Sabía las consecuencias del trabajo de Robert. El tiempo había transcurrido tras su matrimonio y los defectos empezaban a reflejarse, saliendo a la superficie. Había llegado a un punto en que Sara se veía sola, sin ayuda de nadie y siempre a la espera de cuándo regresaría Robert.

Darío regresó a su camarote para recoger su chaqueta, había refrescado y decidió cubrirse. Por costumbre, metió las manos en los bolsillos, recordando que uno de ellos había guardado unos huevos, como recuerdo de la isla.

—¿Dónde están los huevos? —se preguntó a sí mismo, nervioso. En vez de salir afuera, se quedó en el camarote en busca de los huevos perdidos que recordaba perfectamente que en su chaqueta había guardado.

—¡Dónde están! —exclamó exasperado. Se temía lo peor.

El capitán Max y Andrea organizaban los eventos de la semana y Jimmy, segundo capitán a bordo. El suplente que se hacía llamar… Observó a Darío un tanto nervioso, mientras rebuscaba sin cesar en su camarate.

—¿Se puede? —preguntó Jimmy, curioso

—¡Eh..! —exclamó sobresaltado Darío

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó Jimy

—Estaba ordenando. Fue la simple respuesta que a Darío le vino a la mente. No muy convincente.

—¿Seguro que no se te ha perdido algo? —insistió Jimmy

—Seguro. —afirmó Darío —agregando —Todo está en orden…

Darío se había metido en un buen lío. Sabía que Jimmy sospechaba de él. Y que no creía nada de sus afirmaciones. ¡en qué atroz desastre se había metido!, ¡A quién se le había ocurrido llevarse los huevos de esa maldita isla…!

Al bajar la mirada observó en un rincón del camarote cómo unos polluelos empezaban a romper la cáscara de los huevos. Darío se secó las gotas de sudor de su frente y observó a los cuatro polluelos de color amarillo con unos ojos del color del vino. ¿Y ahora qué…?

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