Jane era una chica que vivía a las afueras del pueblo junto con su padre. Era de complexión delgada. Tenía unos grandes ojos azules como el color del mar. Hacía al menos dos meses que se habían mudado, de nuevo. El trabajo de su padre les hacía moverse continuamente de ciudad o de pueblo. Al principio a Jane le resultaba divertido, pero a medida que fue creciendo ya no le hacía tanta gracia.
Jane se encontraba en un bucle que se repetía constantemente. Hacía amigos y hasta llegaba a tener sus llamadas amigas confidentes, en las cuales podía confiar y luego se veía en la situación de tener que alejarse de ellos, de su círculo de amistades. Tendría que volver a hacer nuevas amistades, a encontrar amigos de verdad, como los que había dejado atrás…La nostalgia volvía a impregnar su alma. Lágrimas derramadas escondía bajo la almohada, sollozando en silencio mientras su padre no la oía. Sufría en silencio. Lloraba en silencio.
-Papá, ¿Cuándo será la última vez que nos mudemos? – le dijo mirándole, esperando una respuesta
-Hija mía – se acuclilló a su lado – No lo sé con certeza. Puede que nos quedemos aquí…le contestó, sin mucha seguridad.
-Es que… – dejó la frase a medias
-Dime, Jane, ¿Que ocurre? – le preguntó preocupado – aunque intuía lo que le iba a decir.
-Resulta que estoy perdiendo muchos amigos cada vez que me voy de un lugar a otro. Me gustaría poder quedarme en un sitio definitivamente – sus ojos brillaban con intensidad – Sé que es difícil por tu trabajo….le miró con ganas de llorar.
-Jane, Jane, Jane – Ven – y abrazándola con ternura le prometió que haría lo posible por quedarse en un lugar definitivamente.
Eran muchas las ocasiones en que veía a su padre pensativo, mirando por la ventana en un punto lejano. A veces se lo quedaba mirándolo de escondidas. Se preguntaba a sí misma en que debía pensar al verlo con una mezcla de tristeza en sus facciones.
-Jane, la cena! – le avisó su padre.
-Voy Papá – contestó Jane desde su habitación
La cena era lo mejor del día. Ella y su padre siempre habían considerado la cena el final del día para el comienzo de uno mejor. De esta forma cenaban tranquilamente, en silencio y siempre juntos. Hablaban de pequeños anécdotas o cosas divertidas que les habían ocurrido a los dos. Y así todas las noches la cena era y había sido algo entre ellos dos.
Thomas siempre había sido un hombre trabajador y un buen padre para Jane, pero sabía que en la vida de su hija faltaba alguien a quién no tuvo la suerte de poder conocer; su madre. Eran muchas las ocasiones en que Thomas pensaba en su esposa y muy pocas las que le hablaba de ella a su hija.
Al día siguiente su padre se fue a trabajar dejando a Jane explorando su nuevo hogar. Había amanecido un sol resplandeciente. Los rayos del sol traspasaron la ventana de la habitación donde se encontraba Jane. Entreabrió los ojos despacio, con una mano haciendo de visera se protegió de los rayos.
Después de pasar por un largo y frío invierno, agradecía a la madre natura que atrajera el so de nuevo a su vida. La primavera se acercaba y con ella la vida se hacía más hermosa. Los días más largos y las ganas de investigar y recorrer el mundo en el que vivía ardían en su interior.
-Investigaré un poco – se dijo para sus adentros. Se habían instalado en una casa de campo, a las afueras del pueblo. Abundaba la tranquilidad. Mientras recorría cada rincón de la casa, afuera en el jardín se percató de una pequeño umbral que daba acceso a una puerta que no había visto antes. Una hermosa mariposa cuyas alas eran de un azul celeste no paraba de revolear a su lado.
-Que hermosa mariposa – dijo en voz alta.
Jane se dejo guiar por la hermosura de la mariposa hasta seguirla, sin darse cuenta de que había cruzado el umbral a la puerta misteriosa…
Lentamente su mano fue a agarrar el pomo de la mano con el intento de abrirla, pero un cosquilleo en su interior con una mezcla de miedo le advertía de algo, tal vez fuera imaginaciones suyas o simplemente el miedo que le jugaba una mala pasada..
-Venga, tú puedes abrir la puerta – se dijo a sí misma.
Una brisa de aire enmaraño su larga melena y poniendo una gran fuerza de voluntad abrió la puerta sin más. Lo que vieron sus ojos quedó marcado para toda su vida. Una imagen en un gran lienzo de una bella mujer de facciones orientales y ojos verdosos como los de Jane, estaba en la pared. Las mariposas revoleaban a su alrededor, como si fueran las guardianas de ese portal escondido entre los matorrales, adorando a una Diosa.
-Que extraño me parece todo esto – dijo Jane sin dejar de mirar el lienzo.
Con mucha cautela fue instintivamente a acariciar el bello lienzo y una pequeña luz pudo divisar en el interior. No había lampara ni luciérnaga que pudiera alumbrar ese lugar, mas que las mariposas revolotear…
-Esos ojos… – se dijo sin dejar de mirarlos e inclinó cabeza para poder verlos mejor. Un fuego ardía en su interior y no sabía el porqué…A su derecha en una pequeña esquina se hallaba un cofre, roído y polvoriento por el tiempo.
-¿Qué habrá en su interior? – la curiosidad era una debilidad – Todo era muy extraño, aunque no podía apartar de su mente el lienzo de la pared. Le resultaba familiar. Pero la familia que ella tenía era únicamente su padre.
Miro a a su alrededor, se encontraba sola. Nadie la había seguido excepto aquellas mariposas que inquietas no paraban de revolotear a su lado.
Jane se acuclilló frente al baúl. Un baúl que tal vez no contuviera nada, más que el polvo de tantos años atrás. Se percató de que se podía abrir sin necesidad de llave. Se giró una vez más para ver el retrato de aquella mujer que parecía hablarle en silencio, sugiriendo que abriese su contenido.
-De acuerdo – se dijo así misma. Armándose de valor y con cautela lo abrió. La expresión de su rostro cambio al ver que contenía varias hojas, como si de un diario se tratara…aunque la letra algo difuminada y el papel amarillento por el largo tiempo encerrado, se detectaba que alguien lo escribió hace muchísimo tiempo.
Las primeras palabras que leyó en la primera hoja le cautivaron:
Dice la vieja sanadora del alma: No duele la espalda, duele la carga. No duelen tus ojos, duele la injusticia. No duele tu cabeza, duelen tus pensamientos. No duele la garganta, duele lo que no se expresa o se expresa con enojo. No duele el estómago, duele lo que el alma no digiere. No duele el hígado, duele la ira. No duele tu corazón, duele el amor. Y es él, el Amor mismo, el que contiene la medicina más poderosa.
Empezaba a anochecer y en lo alto una luna llena empezaba a resurgir de detrás de las nubes. Volvió a mirar el lienzo y poniendo la mano en él, cerró los ojos y pensó en aquella mujer que tal vez escribiera aquellas palabras. Entonces sucedió algo verdaderamente mágico, fuera de lo normal. Una luz celeste pasó a la mano de Jane. Quien pudo percibir el calor en su mano. No sabía si tener miedo o no.
-Mi mano – se dijo alterada – ¿Que es este calor? . Retirando la mano, supo que debía irse a casa. Había algo allí un misterio y quería resolverlo. No tenía miedo. A pesar de todo lo sucedido, prefirió no decir nada a su padre.
-¿Cómo has pasado el día, Jane? – le preguntó su padre
-He estado por ahí…investigando un poco. No me ha apetecido bajar al pueblo. Mañana ya iré…. – contestó disimuladalamente.
Por la noche la imagen del lienzo volvió a aparecer en sus sueños…
Esa misma noche, cuando mi madre vino a arroparme se sentó junto a mí en el lecho, tomó mi mano entre las suyas y tras besarme me miró a los ojos con su dulce expresión, la noté extraña y me inquieté.
Jane despertó sudorosa e inquieta. E inclinándose hacía adelante, su cabeza no paraba de darle vueltas, aún jadeando, sin encontrar ningún sentido al sueño que había tenido.
-¿Madre? – se preguntó. Se preguntó si había soñado que era su madre la que le había arropado…
-¿Quién era mi madre? – Se pregunta en voz baja, para sus adentros.
Siempre había preguntado quien debió ser o como era. No tenía de ella ningún recuerdo ni fotografía. Solo sabía de la boca de su padre que su madre había fallecido al dar a luz. Una débil y pequeña lágrima surco la mejilla de Jane yendo a caer una gota en la mano donde el día anterior le había dado ese calor reflejando un color azulado. Se miro la mano y no vio nada extraño, tan solo la lágrima esparciendo hasta desaparecer.
Al día siguiente decidió pasar de nuevo el umbral de la puerta que conducía a su lugar secreto. Las mariposas la recibieron de nuevo con su revolotear alegre.
Sentada en el suelo de la pequeña habitación extrajo del cofre su contenido. Páginas que contenían un secreto que ella misma iba a descubrir.
El que la muerte sea inesperada, trágica, violenta o accidental, no significa que como almas, quedemos vagando sin rumbo durante toda la eternidad.
Cuando se produce este tipo de muerte, no da tiempo a reflexionar, ni a prepararnos para ella. Llega y listo. Todo sucede muy rápido, tanto para los que se van como para los que se quedan. Siempre es más «fácil» adaptarse a un hecho que sabemos que va a ocurrir que a uno inesperado.
Mi nombre es Laia. Nací con el don de sanar. Nací y fallecí siendo sanadora. Mi vida no ha sido fácil, aún cuando yo era la que afortunadamente podía curar a quien acudiera a mí. He vivido durante todos estos años en la misma aldea, pero no todos creían en mí. Al contrario, la mayoría me consideran una bruja. Estoy escribiendo estas líneas a sabiendas que me queda muy poco de vida y otra en mi interior se esta formando.
-Ohh..!, – exlamó Jane, sin parar de leer.
Sobre todo los más jóvenes han creído en mí. Los más ancianos o adultos eran los que siempre me habían mirado con otros ojos.
La cosa se complicó cuando me enamoré. Aún recuerdo su aroma varonil, los lugares que recorrimos juntos para más adelante escaparnos y alejarnos de aquellos que me consideraban una bruja. Creían que había hechizado también al amor, cuando el amor es puro no se necesita de hechizos ni curaciones.
Una noche, de madrugada oí como los gritos de los aldeanos pronunciaban mi nombre. Me asomé al balcón y allí me esperaban con antorchas en sus manos. Desperté a Thomas, avisándole de que nos habían encontrado.
-Pausa-
-Thomas, es el nombre de mi padre… – Jane abrió los ojos como platos….siguió leyendo para saber si realmente estaba hablando de su padre.
Logramos escapar por la puerta trasera que conducía al bosque…Y no volvimos nunca más a la civilización. Más tarde en mi vientre una criatura estaba creciendo. Intuía que serías niña y que tal vez pudieras heredar algún día mis dones de curar, sanar…pero ahora con lágrimas en los ojos, también sabía que no te vería crecer…por eso ecribí esta carta antes de que nacieras, Jane.
-Que!.. – sus manos temblaban. Aunque decidió seguir leyendo.
Estaba enfermando y nadie podía curarme, mi enfermedad no tenía cura. Tú estabas a punto de nacer, y te dí mi vida a cambio de la mía. Sabía que algún día hallarías respuestas a tus dudas cuando fueras mas mayor. Y que me encontrarías con la ayuda de mis guías; las mariposas.
En una mariposa de colores renací, para poder tener la libertad. Aprovechar cada momento de mi segunda vida, ayudar a crear un futuro que te aportase cosas, en mariposa me convertí para ver como cada día crecías.
Eres alegre como un pájaro. Tienes un encanto especial..
Recuerda siempre que la vida no es fácil, y que tú estás actualmente construyendo los cimientos sobre los cuales se sustentará tu futuro.
Tienes todos los ingredientes para lograr tener una vida estupenda: belleza, alegría, cariño, inteligencia, pero recuerda que únicamente sabiendo utilizar adecuadamente todos ellos podrás alcanzar lo que te propongas, pero por favor te ruego que no te quedes con un objetivo fácil, porque tú puedes alcanzar la luna.
Ya sabes que en todo momento puedes contar conmigo, y no dudes nunca que cuando tu relumbras de belleza, yo también lo hago, cuando tu ríes sanamente, me transmites alegría, cada triunfo que consigues es una gran satisfacción y orgullo para mí.
Adelante, lucha, vive, triunfa y no olvides que mi mano estará siempre cerca de la tuya.
Siempre he estado a tu lado aunque tú no lo supieras. Como explicarte que había fallecido y reencarnado en mariposa. No me hubieras creído. El porqué no he aparecido antes, era porque tú todavía no estabas preparada. Te quiero hija mía.
Laila, tu madre.
-Mamá – dijo Jane con lágrimas en los ojos. Y contemplando el lienzo la miró a los ojos. Emotiva y con ganas de llorar ahora que sabía la verdad se quedó contemplando el lugar rodeada de mariposas y del cansancio Jane quedó dormida con la carta en sus manos.
Afuera su padre estaba llamándola. No la había encontrado en la casa, así que decidió ir por detrás a buscarla.
-Jane, Jane! – ¿Dónde estás?
Una mariposa celeste lo guió hasta el umbral donde vio a su hija dormida con unas cartas en la mano y el lienzo apareció ante sus ojos. Thomas se arrodilló y echó a llorar. Lágrimas contenidos de muchos años atrás, impregnaron el lugar. Thomas había entendido que su mujer siempre había estado a su lado y al lado de su hija. Jane despertó con los ojos rojos y vio a su padre resignado ante la frustración de no haberle contado la verdad a su hija.
-Silencio-
Ambos miraron a su madre y desde entonces no volvieron a estar nunca más solos.
-Estamos los tres juntos, para siempre – afirmó Jane.
Estoy muy agradecida al grupo Lectores y Escritores intrépidos. Me han dado fuerzas para seguir escribiendo gracias a su gran apoyo.
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Qué bello y sabio relato, Neus. Me ha llegado especialmente. Me encantan las mariposas y el simbolismo que representan. Tocas la sanación del alma, que es un tema para profundizar y mucho, y lo has hecho de forma muy sutil y acertada. Un placer leerte. Enhorabuena por el merecido premio. Saludos.
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Muchísimas Gracias. Un saludo
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Hola Mamá
Me ha gustado mucho esta historia. Ha significado mucho para mí leerla, que hasta me ha hecho llorar.
Escribes muy bien. besito
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Precioso relato lleno de fantasía y energía positiva.
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Gracias!
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Lo amé. Me encantó tu historia.
Gracias
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Gracias 🙂
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Una historia bonita, llena de fantasía y sensibilidad. ¡Escribes muy bien!.
Un saludo.
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