Rebeca se encontraba trabajando a altas horas de la noche, en su habitación. De día trabajaba como administrativa y de noche era redactora freelance. Llevaba unos cuántos cafés, aunque su cuerpo ya estaba tan acostumbrado, que apenas le hacían efecto.
El cansancio empezó a apoderarse de los párpados de Rebeca. Empezó a notar cómo el cansancio empezaba a apoderarse de ella. Pocas horas más tarde su despertador empezaría a oírse, escandalosamente. Cerró el portátil, se encaminó en dirección a la cama para cerrar los ojos, cuyo cansancio reflejaban sus marcadas ojeras.
A las pocas horas, una luz inquietante empezó a percibir en sus pupilas aún dormidas, Un parpadeo empezó a despertarla, proveniente de la estancia. Se frotó los ojos, incorporando y comprobando que aún era de noche cerrada.
Una luz cegadora le invadió de golpe. Provenía de la ventana. Deseó no haberse asomado, pero ya fue demasiado tarde…
-¡Rebeca, salga del edificio o entraremos a la fuerza! – pronunció el altavoz de la policía.
Rebeca no entendía nada, cuando ella no había hecho nada. Antes de bajar se cambio de ropa, y bajo las escaleras que conducían a la calle.
A la entrada unos policías con la luz de las sirenas en marcha, estaba esperando su llegada.
-¿Que quieren de mi? – fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
-¡Está usted detenida por piratear varios documentos, entre ellos unos privados, pertenecientes al grupo policial! – y mientras le notificaban el motivo de su detención, uno de ellos le asió contra el coche, esposándole.
-¡Quiero a un abogado! – fueron las últimas palabras que se oyeron, mientras se veía a Rebeca entrar en el coche a la fuerza.